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Del revés

Tórrida tarde de domingo de un caluroso mes de julio. Una, que no tiene hijos ni obligaciones más allá de las clásicas de una treintañera del siglo XXI, decide irse con todo el caloret al cine con el ángel que tiene por novio. Podría estar en la playa, o tomando un mojito en la piscina, pero no, eso para otro día. El cemento del parking nos escalda los pies y el olor a churrasco de las cadenas de restaurantes de comida rápida asfixia, pero aquí la que escribe está encantada oiga. Por fin voy a ver Del Revés, la peli de Pixar de la que toda la crítica habla tan bien.

Algunos padres nos miran extrañados, «¿dónde está el niño?»; «¿qué hacen estos aquí? En vez de estar a la bartola tomando el sol...». Señores, nunca necesité una excusa para hacer aquello que tengo que hacer en el momento en el que lo tengo que hacer, y si quiero ir al cine a ver una peli de dibujos sin niños, pues voy al cine a ver una peli de dibujos sin niños. Y punto. Porque permítanme que les diga, que algunas pelis de Pixar están más pensadas para los mayores que para los peques de la casa. Y Del Revés es un buen ejemplo. La proyección de un corto dulce y delicado sobre el amor y el momento oportuno para enamorarse ya me hace babear con sonrisa de pava (qué buenos los cortos Pixar). Y la película... Pues más de lo mismo. Demasiado larga para el público infantil, excelente para los adultos que les acompañan. La manera en la que se narran las emociones de una niña en plena pre adolescencia nos hace pensar en nuestras propias emociones, en cómo hemos desterrado recuerdos de la infancia y en cómo mantenemos otros con una nitidez tan clara que parece que fue ayer cuando los protagonizamos.

Si usted, como yo, lleva un niño eterno en su interior que no le deja ni a sol ni a sombra vaya a ver Del Revés. Que su única excusa sea un plan todavía mejor que sonreír reviviendo recuerdos de su infancia aunque, permítame que le diga que, para mí, no hay nada mejor que eso.

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