La impuntualidad esconde razones fisiológicas, psicológicas y sociales, según un equipo de psicólogos reputados (válgame la redundancia). La síntesis: los tardones subestiman el tiempo y, por el contrario, los puntuales lo valoran como oro en paño. Me sabe mal aguar la fiesta, pero, que yo sepa, ese análisis ya se conocía hará unos veinticinco siglos, en la Grecia clásica, y posteriormente desmenuzado por I. Kant. El autor de Qué es Ilustración niega que el tiempo sea un concepto empírico, tampoco una cosa, así que entiende que es una intuición pura. En resumen: el tiempo no existe. Perdonen este batiburrillo filosófico, pero de algún modo debía introducirles en este asunto que nos ocupa. Sigamos.

Hemos perdido la placidez, el sosiego. La gente acude apresurada a por la prensa, sin tiempo cronológico disponible. Ni un saludo sereno, ni un qué tal la vida, ni ojear las portadas de las revistas como hacíamos antaño. Esta patología -la celeridad- se aprecia incluso en los jubilados, apresurados por defecto, intempestivos, ganosos de llegar puntuales a un destino impreciso, inexistente, salvo en su imaginario mental. Los viejos de siempre, esos aldeanos que diría C. Punset, ejemplificaron el ideal kairológico: el tiempo cualitativo, el más íntimo, ese que nos apropiamos y nos permite levitar más allá de imposiciones sociales. Uno es Kairós cuando pasa largas horas sentado en la terraza del bar, oteando el transitar vital, disfrutando de diálogos ajenos, escudriñando historias anónimas, observando quién va y quién viene. Así, por cierto, paso yo mis largas jornadas de vacaciones. Kairós sin prisa y con los brazos cruzados. ¡Tate!

Cronos ha destruído el planeta. Y eso que el tiempo es, como decíamos, algo inexistente, como bien sabía Kant. Pero lo cronológico cuantifica la realidad y uno acaba planificando, corriendo contrarreloj, abanderando la presteza y la falta de oxígeno. El reloj marca las horas mal que le pese a Lucho Gatica, y uno se desvive sin vivir en sí. Por eso este servidor odia el mundo relojero en su totalidad: de arena o de cuco, de campana o de oro, de pared o de sobremesa, jamás he usado una de esas máquinas que interrumpe mi carpe diem. Yo grito aquello que dijo esa intelectual de nombre Rosa Benito: «¡éste es mi momento!». O sea, ¡mi kairós!