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Hay un orden universal

Lo del exministro Wert debe servir de ejemplo para que los contribuyentes adviertan desde niños que existe una especie de justicia poética o de orden universal, como prefieran llamarlo, por el que las buenas acciones se premian

Lo de José Ignacio Wert es la demostración palpable de que la virtud, tarde o temprano, obtiene su recompensa. Esas cuatro o cinco líneas del BOE por las que se le nombra embajador español en la OCDE, deberían formar parte de los manuales de Educación para la Ciudadanía, o de su asignatura sustituta, cuyo nombre no me viene, para que los contribuyentes adviertan desde niños que existe una especie de justicia poética o de orden universal, como prefieran llamarlo, por el que las buenas acciones se premian (del castigo de las malas nos ocuparemos otro día). No solo eso, sino que el premio es mayor cuanto más grande hayan sido las dificultades para llevarlas a cabo.

Lo de Wert es paradigmático. Fue el ministro peor valorado de un gobierno que se caracterizó, desde el día siguiente de jurar o prometer el cargo, por incumplir su programa electoral de forma minuciosa. Póngase usted en esa tesitura (qué rayos significará tesitura) y hágase la idea de que ha de sacar adelante una ley con la que no está de acuerdo ninguno de los sectores a los que afecta. Más aún, una ley que probablemente no se podrá aplicar, lo que viene a ser como inventar un motor de explosión que no explota o una olla a presión que no presiona. Tiene mérito, sobre todo si al tiempo de cultivar el rechazo del mundo de la Educación, alimentaba el disgusto de la gente de la Cultura, hacia la que manifestó un desdén sin límites materializado en una subida del IVA que ha estado a punto de cargarse el teatro y el cine, entre otras manifestaciones artísticas. Tales hazañas son imposibles de llevar a cabo si no es a base de una necesidad imperiosa de hacer el bien allá donde te encuentres y sean cuales sean las condiciones exteriores. Si la razón te aconseja declarar que hay que españolizar a los niños catalanes, lo sueltas donde haga falta sin miedo al qué dirán (si dicen, que dizan, mientras no hazan€, debía de pensar para sus adentros). Y todo lo llevaba a cabo con un estilo agresivo, chulo, medio matón, como debe ser en un político sin complejos.

Muchos presagiaban que terminaría mal, pero ha terminado en París, con un sueldo de lujo y un pisito de 500 metros gracias a la política de reagrupación familiar de este Gobierno. ¡Viva el orden!

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