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El capón

Por diferentes sitios he oído hablar bien de José Andrés, el chef español que conquistó Washington. El último en deshacerse en elogios un mes atrás fue Alfonso Jiménez, presidente de casa Cascajares, durante una cita con empresas familiares en la que contó su vida. Tras descartar ir a la uni, su padre se mostró decepcionado y le metió caña pensando en su porvenir por lo que, junto a su socio y a los 19 añitos, reunió 160.000 pelas en el 94 con las que comprar cien capones a los que lograron dar salida. Entusiasmados por el éxito se hicieron con mil y, lógicamente, vendieron los mismos que la vez anterior. El problema que se originó fue cómo zampaban aquellos novecientos capones. Fruto del agobio y de las noches de insomnio se fueron en busca de l0 que sería su salvación: enlatarlos. Así nació la conserva y derivados que tuvo su punto de inflexión con la boda de los hoy reyes. Para el último reto de cruzar el Atlántico fue cuando echó mano sin conocerlo de José Andrés, que se brindó como un grande, y de ese modo Cascajares ha iniciado la incursión en Canadá. Bien, pues Andrés „ha costado pero por fin enlazo„ acaba de negarse a abrir un restaurante en un hotel que el magnate Donald Trump está levantando en la capital americana, tras sentenciar éste que los inmigrantes mexicanos son traficantes de droga y violadores. Trump, a quien las encuestas „al menos hasta el debate entre aspirantes republicanos a la Casa Blanca celebrado anoche„ situaban como favorito, ha demandado a José Andrés al que reclama una millonada por daños y perjuicios tras rehúsar retractarse de sus palabras. Ya ven. De todos, Trump es sin duda el que en mejor lugar ha dejado al cocinero.

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