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El fiscal general de Alemania ha sido cesado por acusar del delito de alta traición a dos periodistas que subieron a un blog de Internet documentos confidenciales de la Oficina Federal de Protección de la Constitución. Eso aquí no puede suceder por varias razones. La primera, que no contamos con una oficina semejante pese a que los acontecimientos políticos de los últimos meses lleven a algunos a lamentarlo. La segunda, que aun habiendo un organismo así sus documentos confidenciales, igual que los de cualquier otra oficina, dejarían de serlo al cuarto de hora de haberse escrito pasando a estar en manos de los redactores de los diarios. La tercera, que aquí no se cesa a nadie con la excepción del portavoz socialista en el Ayuntamiento de Madrid. La última, por fin, que la alta traición forma parte de nuestras costumbres más festivas.

Qué rara es Alemania. Al poco de que el jefe de los servicios secretos de esa república denunciase la filtración la Fiscalía General había identificado ya a sus autores. Pero semejante nivel de eficacia quedo empañado cuando Harald Range, fiscal general, decidió acusar a los dos periodistas denunciados de uno de los delitos más graves que existen en un Estado de derecho: el de alta traición. El lenguaje que se utiliza en los medios políticos españoles deja tal acusación en insulto menor: aquí llamamos terrorista a cualquiera que no sigue las costumbres y nazi a quien se permite disentir en voz alta. Pero en Alemania los ministros se toman las cosas en serio y el de Justicia planteó de inmediato dudas acerca de si la publicidad de los documentos filtrados favorecía a una potencia extranjera, requisito necesario para poder hablar de traición. El paso siguiente de Heiko Maas, el titular de la cartera de Justicia y miembro del partido coaligado con el de Angela Merkel, fue dar el cese al fiscal general. No habían pasado tres meses desde la causa y la consecuencia. Igualito que aquí, vamos.

Favorecer a una potencia extranjera suena a guión de la época de la guerra fría, cuando los países se espiaban a las bravas y no existía la red de redes para convertir el robo y la exposición de documentos confidenciales en algo por completo trivial. Asombra la sutileza del ministro de Justicia alemán al concluir que lo que querían hacer los periodistas responsables de la publicación de los documentos era perjudicar a la República Federal, cosa que no supone traición alguna. Otra diferencia respecto de España; aquí se llama traidor no ya a quien pretende perjudicar al reino sino a quien levanta las alfombras y deja salir la porquería de debajo. Como en el caso Bárcenas, por ejemplo.Pero consolémonos; puede que los ministros alemanes sean consecuentes con lo que es la defensa de la Constitución; puede que se tomen en serio la tarea de velar por ella; puede que vigilen y cesen a los vigilantes de extralimitarse éstos en sus funciones. Pero en Alemania no tienen ni una sola playa decente en la que tostarse la piel a la que caen los calores del verano.

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