Al Congo me llevó Toni Pep Rodríguez „ que ahora vive en Berlín„, que en mayo de no sé que año me hizo entrar en la embajada de China en París (sí, luego de que Nixon firmara la paz con Viet-Nam o su retirada„ y eso estaba mucho más cerca, era su bar predilecto en la Gran Vía, porque vivía con sus padres en Taquígrafo Martí., y quedaba a trasmano. De modo y manera que en los años que él impartió clases en Milán, yo era un hijo adoptivo o supernumerario de Remedios (Sellés) la Bella. Y lo de ir al Congo para mi es como volver al pasado.

Me senté pues un día por la mañana y le pedí a Lluís mi almuerzo predilecto el bocadillo Lerma, que no se llamaba así antes de 1982 (yo iba desde 1964 al bar). Sentado en la terraza, junto a unos tecnócratas, de I-pod y tableta y demás zarandajas. Yo ni desenfundaba el móvil. Estaba con mi periódico Levante-EMV, desplegado, y leyendo a Emili Piera (él es recalcitrante). O una crónica política descacharrante de F. Arabí. Miraba o avistaba entre los cuatro poderosos ficus la estatua de Teodoro Llorente («old phader, old artificer, stand me now and good forever»).

Hacía años que no paseaba por esta zona donde antes venía a comprar a Granados o a ver a Pepe Picó o a Juan Carlos Moltó (el empleado era un tal Toni Cantó). Pero también a Studio, a ver una actuación no sé de quién, puede ser Toti Soler. Y a Suso´s, porque el camarero era el mismo que me atendía a mí y Amadeu Fabregat en Sami.

Mientras dejaba que el café con leche se enfriara me quedé abrumado por el nivel insoportable de ruido. La Gran Vía es como una autopista y van follados. Así no puedo seguir leyendo La línea de sombra o El corazón de las tinieblas, no hay manera. Pospuse a Conrad, por respeto.

Y medité, aunque eso se paga, con dolor, en dónde están aquellos caballeros, José Peris, Carlos Pineda, Miquel Cebolla, Arturo Sanz, Eric Montesinos, con los que he ido a Dénia, Xàbia, las Arenas, Las Palmeras o a Venta Mina, a comer bien en lo de Xemi Baviera€

Me pierdo, río arriba, mientras el narrador de Conrad va a su puesto en la compañía de Leopoldo de Bélgica. Pienso en el cónsul británico, Roger Casement, aquel irlandés indomable que lo denunciaba todo. La explotación, la tortura, la matanza indiscriminada. No tiene monumentos, porque era gay. El polaco lo encontró y se sorprendió, tan atildado, y más cuando leyó el dossier que presentó al Parlamento. Acabó fusilado, tras un juicio bochornoso. Con pruebas discutibles y su propio diario con entradas XXL. En agosto de 1916 hará cien años. Vargas Llosa le ha dedicado la novela El sueño del celta. No sé quien me regaló sus Diarios de Perú. Yo quiero leer sus diarios brasileños. Me gusta la pasión de escribir con un motivo justificado. Aunque lo profundo toma apariencia de frivolidad (Oscar Wilde lo desvelaba). La mente no para de establecer conexiones, entre el ayer y el hoy, entre Europa y África y Sudamérica. Eso sí que es estar conectado.