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Efímero regalo

Cuando en 1962 sonaba en los altavoces del baile Tous les garçons e les filles se promènent dans la rue deux par deux (todos los chicos y chicas se pasean por la calle en parejas), de François Hardy, los jóvenes varones fingíamos desdeñar tanto almíbar „que en cambio encendía los ojos a las chicas„ pero sin poder evitar cierto derretimiento interior.

Al oír la vieja canción, mientras desayunaba hace poco en una cafetería cerca del trabajo, aquellos sentimientos llegaban formando un todo uno, con un golpe de calidez inesperado, pues la memoria tiene, entre otras, la función de devolvernos la emoción ya libre de todo prejuicio, purificada incluso de la cursilería de su causante.

A la vez la memoria nos permite el reencuentro con el que fuimos, proporcionándonos la dicha de saber que sigue ahí, tan tonto y pueril como era, o sea, tan lleno de gracia. Hace días la cafetería ha cerrado.

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