Durante los meses previos al verano fluyen las informaciones sobre previsión de ocupación hotelera y los pequeños (y grandes) empresarios de hostelería vuelven a creer en los milagros. Los números apuntan a invasión de turistas ávidos de tostarse al sol sobre la suave arena de las playas o destrozarse los pies en las maratonianas jornadas de senderismo en los parajes del interior. Para unos y otros se preparan infraestructuras, se negocian ubicaciones en parajes idílicos y se contrata personal. Cuando se inicia el boom las previsiones se quedan siempre en objetivos utópicos pero con mayor o menor acierto y resultados, los llamados chiringuitos responden a las pretensiones de los veraneantes. Mientras no tengan vecinos cerca, claro. Mientras continua la polémica por la libertad de horarios comerciales defendida principalmente por las grandes superficies y las franquicias y el cierre total de los que defienden que los domingos están poco más que para ir a misa, los turistas buscan ciudades y pueblos abiertos al mundo, al ocio, al disfrute de largas jornadas.

Durante años Valencia ha estado muerta, borraron de un plumazo el espíritu mediterráneo de vivir la calle, de disfrutar de una climatología excepcional a base de ordenanzas absurdas que pretendían encerrarnos a todos en casa a la hora de cenicienta?que es cuando la noche ofrece el frescor añorado durante el día. Estos días paseando por uno de nuestros paseos marítimos observé como descalzos, sentados sobre la arena o con sus mejores galas, un nutrido grupo de gente disfrutaba de unos mojitos casi al borde del mar. La foto refleja el espíritu de esta tierra pero no la de la mayoría de las ordenanzas municipales. En esa playa este año se han autorizado cuatro establecimientos, para cuatro concesiones distintas y aún sin acceso eléctrico, trampean la noche a base a velas y reflectores solares. Hay restaurantes y locales de copas en el paseo, chiringuitos de día y noche en la arena y todos ellos conviven con las mesas y sillas plegables de cenas traídas en fiambreras para pasar la noche junto al mar.

Hoy la macroeconomía nos dice que el sector turístico ha disparado un 30,8% la inversión extranjera en la Comunitat (Levante-emv), que empresarios procedentes de Gran Bretaña, Italia y Países Bajos arriesgan su capital y nosotros seguimos poniéndoles puertas al campo. La economía de la Comunitat Valenciana depende en buena parte nos guste o no del turismo y parece que la vida nos da otra oportunidad. En el respeto al medio ambiente, a nuestros parajes y a los vecinos de cada rincón está la clave. No hace falta llenar las plazas de mesas hasta dejar sin espacio al paseante, ni colapsar las playas de garitos con carteles fluorescentes, o colocar en cada zona de acampada un mamotreto de comidas preparadas, solo hace falta establecer consensos que delimiten la frontera del respeto.

Dejemos de lado la utopía del prohibido prohibir, por desgracia no funciona. Revisemos las normas que mataron el disfrute de nuestras ciudades y pueblos, contemos con quienes suben la persiana todas las mañanas para ofrecernos su trabajo, dejémoslos ganar dinero porque en su beneficio está el disfrute de buena parte de la sociedad.