Moi Barba es un estudiante de Filosofía en la Complutense, que ahora vive en Praga. Al parecer, es militante de Podemos. Leyó mi artículo de la semana pasada, «Trauma y Política», dedicado al análisis del supuesto descenso de esta formación en las encuestas. Como Moi atribuye, de forma completamente infundada, cierta relevancia a mis comentarios, y como considera que la que juzga probable influencia de mi artículo sería negativa, decidió contestarme no sin cierta alarma. El final de su trabajo muestra incluso un acusado tono de urgencia. «Nos lo jugamos todo», concluye, y eso me preocupa. Sugiere que algo de lo que yo pude decir en mi artículo constituye un error decisivo del que depende el futuro de una correcta política. Pero al margen de este exceso, su trabajo es muy ponderado, está escrito con la frialdad y la objetividad necesarias, con una adecuada y distante cortesía y, desde luego, con un rigor incuestionable. Su conclusión es que mi trabajo incurre en contradicciones y errores que no deben ser pasados por alto.

Hacerme eco de los comentarios de Moi Barba es para mí una obligación. Primero, porque él ha hecho circular su escrito entre las redes sociales, lo que ha determinado que también mi artículo se haya beneficiado de su atención. Segundo, porque es un deber de colegiatura atender y responder a las objeciones de un filósofo de mi propia facultad. Tercero, desde luego, porque estoy convencido de que los jóvenes que entran en la politización de la mano de Podemos, y que se toman con seriedad y rigor el pensamiento social y político, forman parte de la mejor juventud de España, que de un modo u otro tendrá en sus manos el futuro. Así que es completamente necesario tomarlos en serio. Pero el cuarto motivo es el fundamental. Se trata de que cabe la posibilidad real de que Moi Barba tenga sencillamente razón y que mi artículo efectivamente sea erróneo. Por eso las reflexiones que siguen no tienen en modo alguno una índole polémica. Más bien aspiran a elaborar algunas aclaraciones sobre los temas que le preocupan a mi joven interlocutor.

Ante todo, quiero recordar dos cosas, sin las que mi trabajo no puede ser bien evaluado. Primero, una obvia: se trata de un artículo de periódico. Este género se caracteriza por tratar algo complejo de una manera simplificada. La legitimidad de este género depende de que, consciente de este hecho, el autor seleccione un elemento parcial susceptible de ser abordado en este formato, a ser posible caracterizado por su actualidad. La segunda, es que mi artículo aspiraba a ofrecer algunas explicaciones estrictamente políticas del supuesto descenso en las encuestas que registra la opción de Podemos. Sólo tiene sentido si nos enfrentamos exclusivamente a este problema. Quizá uno de los mayores privilegios de los que hoy puede gozar un filósofo sea el de disponer de un lugar público desde el que analizar la complejidad del mundo en el que vivimos a partir del análisis parcial de sus elementos. Aquí reside el fondo de mi gratitud a Levante EMV.

La primera objeción que me plantea Barba es que «asumo acríticamente que la sensación ahora imperante es de normalidad». En realidad, no asumo tal cosa. Creo que mi artículo ofrece razones para defender que el trauma sigue operativo, y que España no vive en una situación de normalidad política. En este sentido, he dicho que Rajoy y Arenas constituyen el centro de la escena del trauma, y que cuando Rato se asoma al despacho oficial del ministro que debe investigarlo, no hace sino revelar la verdadera dimensión del trauma, que afecta a la plana mayor histórica del PP. Por supuesto que no ignoro el poder de los medios para extender la sensación de normalidad. Pero mi argumento tendía a mostrar que ese mensaje hace más efecto en la ciudadanía cuando se lleva al terreno de la crisis económica, y por eso el Gobierno lo lleva ahí. Contra esta impresión de normalidad, deseaba recordar el trauma. Hay dos causas fundamentales por las que Podemos crecía de forma intensa: por la sensación de que la crisis económica no había tocado fondo y porque la corrupción política no cesaba de escandalizarnos. La primera causa ya no funciona más en la opinión pública, sobre todo tras Grecia. Si se pierde la batalla en la segunda, y no se mantiene la vigencia del trauma político, entonces el estancamiento se avecina y toda la capacidad reformadora que Podemos representa se pone en peligro.

Por supuesto, no deseo decir que la crisis económica se haya superado. He escrito varios artículos sobre la crisis y a ellos me remito. Lo que digo es que la crisis económica „que es algo más que la crisis, que es una forma nueva de gestionar el capitalismo„ no es percibida ahora por la ciudadanía en toda su gravedad, ni se traduce a una movilización política con la intensidad con que se hizo hace un par de años. Porque la traducción política de la crisis económica, como movilización ciudadana, no es proporcional al conocimiento intelectual y conceptual que sobre ella se tenga, sino al grado traumático en que afecte a la comunidad. Esto es: Moi Barba habla desde el punto de vista de los virtuosi intelectuales. Yo hablo desde la observación del electorado, que es todo menos un conjunto de intelectuales. La crisis sigue siendo un concepto, pero no una forma fenoménica tan clara. Pero lo que moviliza o desmoviliza al electorado no es su competencia conceptual, sino sus percepciones, sentimientos, miedos y experiencias reales. Por eso es tan receptivo a las formas ideológicas, que el Gobierno sabe manejar tan bien.

Claro que Podemos tiene que tener un relato sobre la crisis económica. Y las cosas que dice Moi Barba al respecto las comparto. Se trata de diagnosticar de forma convincente que estamos ante una crisis orgánica del capitalismo mundial. Todo eso es verdad, pero no es incompatible ni contrario con el asunto central de mi artículo. Los hombres de Podemos me consta que se esfuerzan por entender el sentido de esta crisis y su expresión hegemónica por parte del neoliberalismo. Yo mismo he escrito algo en el órgano de Podemos, invitado por Eduardo Maura y Germán Cano. Pero eso no determinará el aumento o la disminución del apoyo político. Aquí se trata de política y, como ha dicho alguien importante de Podemos, se trata de buscar la retórica de un nuevo realismo político. Llevar razón sobre la esencia intelectual de la crisis no implica movilizar al electorado. Yo recomendaba centrar el discurso político en la política, por lo mismo que denuncio que el Gobierno prefiera el discurso económico para defenderse.

Barba me hace tres objeciones adicionales, y mi respuesta ayudará a aclarar lo que quiero decir. En primer lugar, jamás pensé que las instituciones conquistadas en las elecciones recientes condenasen el futuro de Podemos porque al aumentar la sensación de normalidad institucional se desmovilizase al electorado. Al contrario. Mi observación buscaba otro punto. Podemos es una formación joven. El grado de fidelidad de sus votantes es proporcional a esa juventud. Me permití preguntarme si no habría en alguna parte del electorado de Podemos ese grado menor de fidelidad que es la vinculación negativa: los apoyo en la medida en que quiten de mi vista a unos gobernantes cuya degradación estuvo más allá de toda medida. Si hay una parte del electorado que se ha movido por ese grado menor de fidelidad, echar a los gobernantes anteriores habrá sido un alivio desmovilizador. Ahora bien, tanto Barba como yo sabemos que esta corrupción no es casual sino estructural. La crisis política tiene razones conceptuales más profundas que sus manifestaciones públicas. Mi tesis es que si se pierde la batalla pública contra la corrupción, entonces la fidelidad no bien asentada de muchos votantes puede quebrarse.

Claro que eso dependerá, como muy dice Barba, de cómo se emplee el poder conquistado. En modo alguno quería sugerir que ese poder se debería usar en el sentido de producir sensación de normalidad. Supongo que Barba estará de acuerdo conmigo si afirmo que los nuevos gobernantes deberían mostrar y hacer público las formas intolerables en que se produjeron contratos, se acumularon deudas, se amañaron proveedores, se inflaron cargos. No basta con bloquear los desahucios. Pero tampoco basta con aflorar toda la corrupción sistémica. Es preciso usar las instituciones para ofertar las formas en que pueden ser reorientadas para servir mejor a la ciudadanía. Y llamaba la atención sobre el peligro de que se ocupen las instituciones perdiendo el aliento de una reforma intensa y necesaria. A esto me refería con el déficit de un discurso institucional, que no tiene nada que ver con una supuesta moderación del discurso político. Tiene que ver con una forma de ordenar las instituciones que impida que esa gente que nos ha gobernado pueda volver a hacerlo sin los controles de que ha gozado. Así que no es contradictorio, en mi opinión, ocupar las instituciones con sentido de normalidad y carecer del adecuado sentido institucional. Muchos de los gobernantes del PP y del PSOE que nos han gobernado hasta ahora, lo han hecho. Podemos no debería imitarlos.

Esto nos lleva al último punto, el más importante, que dejaré para un próximo artículo. Se trata del federalismo. Pero este asunto tiene un prólogo que quiero anunciar ahora. La carencia del sentido de una reforma institucional que yo echaba de menos, tiene que ver con el error más grave de la dirección de Podemos. Reside éste en no haber configurado un adecuado enganche político entre los cargos electos de Podemos, sus formaciones avaladas y la dirección central. Se ha dado la impresión de que los alcaldes de Podemos eran una cosa, y los actores centrales de la dirección de Podemos otra; y el debate se ha ido donde no debía, hacia la cuestión menor de IU, en vez de dar un paso organizativo para coordinar el nuevo poder. Pero si la fidelidad de los votantes se mantiene, no será solo por el liderazgo de Pablo Iglesias. Se mantendrá si los cargos electos fidelizan a su electorado y si transmiten la impresión de que ese poder ya conquistado está orgánicamente vinculado al núcleo central organizado alrededor de Pablo Iglesias. Y me gustaría saber cómo se hace eso sin orquestar formas inspiradas en el pensamiento federal. Pero mis razones más profundas las dejo, como he anunciado, para el próximo artículo.