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Julio Monreal

El Estado y sus museos

El Gobierno de España, a través de su delegado Moragues, ex del Consell, culpa al nuevo Ejecutivo autonómico de desidia tras el robo de piezas. La memoria ha muerto.

No se acostumbra uno de un día para otro a los nuevos papeles que los políticos han de asumir con los cambios de rumbo en el gusto de la gente. El recién nombrado delegado del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Juan Carlos Moragues, de quien todo el que le conoce habla maravillas por su bonhomía y sentido común, se ha enfundado rápidamente en el mono de trabajo estatal y ha relegado con sorprendente celeridad a un rincón de su amueblada cabeza su trabajo de años en favor del gobierno autonómico. Gracias a esa capacidad para la lobotomía parcial, el ex conseller de Alberto Fabra acusa ahora al bisoño Ejecutivo de Ximo Puig de tener el Museo de San Pío V «en un estado de dejadez» a propósito del robo de piezas desvelado ayer por Levante-EMV. Es cierto que no hay todavía director del centro, pero la gestión del mismo ha sido de la Generalitat durante todos los años de Moragues en el Govern, correspondiendo los fondos al Ministerio de Cultura y el edificio a la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Puede que este «tripartito» que rige los destinos de la segunda pinacoteca de España después del Prado tenga más culpa del robo que los mismos ladrones. Y especialmente lacerante para el museo y sus verdaderos titulares, los ciudadanos, ha sido desde que uno recuerda la actuación del Gobierno de España, da igual el signo del mismo. Más o menos dos décadas lleva el Ministerio de Cultura con las seis fases de rehabilitación del recinto, que alterna los andamios con largas esperas para que estos lleguen. Los problemas se eternizan, como el litigio que han mantenido Generalitat y Ayuntamiento de Valencia por la franja que separa el recinto cultural de los vecinos Viveros. Puede que ahora que las dos administraciones son del mismo signo político el problema se arregle, aunque eso garantiza el éxito, como se puede comprobar en la maleza y el óxido que cubren los elementos de la rotonda de acceso a Valencia desde Barcelona hace casi cuatro años.

Podría pensarse incluso que el relegamiento del museo de Bellas Artes ha sido excepcional, pero el beneficio de la duda decae al apreciar que el otro gran recinto cultural del Estado en Valencia, el «González Martí» de cerámica, ha estado casi más cerrado que abierto por obras en esas mismas dos décadas.

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