Qué de sudores fríos deben recorrer las espaldas de cientos, miles de profesores cada vez que se plantan, con la muleta de las faenas complicadas y la careta protectora de su amor propio, ante la manadilla de ineducados impuniformes que les ha cabido en suerte! Sudores fríos, terrores momentáneos e impotencias contenidas, de corta duración y mucha intensidad, que son escrupulosamente silenciados, disimulados, escondidos.

„Me ha dicho Fulanito que sufre la sudoración fría en silencio.

Pero Fulanito, confidencias aparte, aguanta y calla, sin acabar nunca de plantearse por qué.

La cuestión es que hay cientos, miles de Fulanitos que negarán esto con afectada naturalidad, sudando en frío, aferrándose al clavo ardiente de cualquier experiencia pasable que proporcione algún lustre de sosiego a la rutina de sus penosas condiciones de trabajo. Sin embargo, toda rutina tiene sus peligros, como también los tienen „incluso peores„ la cobardía o la indecisión; y en el caso de la enseñanza, tan perjudicado puede resultar el profesor como el alumno. Pasa ya de una década el fenómeno de la clase para dos o tres y el resto de campo y playa; el drama del docente que refugia su dignidad en un doble silencio: frente al desprecio de su labor por parte de alumnos y familias y frente a la desatención social y administrativa de sus problemas. Dos lustros y pico ha que rige la cadena de mentiras, afianzada en infundados temores gregarios; que manda el tapujo, la ocultación, el embozo y la parálisis. Diez años largos „verificados y atestiguados„ llenos de clases fingidas por imposibles, nociva situación para la que no habrá salida mientras no se reconozca pública, individual y generalizadamente; mientras el yo docente no reclame una careta de oxígeno para su circunstancia. Los profesores deben romper la cadena del embuste, por necesaria, justificada o urgente que parezca; descargar el fardo encima del costillamen administrativo; escocer con la incisiva espuela de la realidad los ijares de los mandamases que hablan y cobran pero no trabajan, hasta que segreguen fórmulas efectivas de autoridad.