Deslumbrados por el fogonazo del envilecimiento político nos pasan por delante, sin que nos demos cuenta, otros envilecimientos, otras degeneraciones que, si bien resultan menos onerosas, también tienen su trascendencia. Calémonos las gafas de soldador y podremos ver, por ejemplo, hasta qué punto se han desnaturalizado las carreras populares, que venían siendo un deporte sufrido y noble hasta que se han convertido en mojiganga carnavalesca. No es que las carreras populares hayan perdido a los corredores de verdad „los corredores jóvenes, con espíritu de superación y entrenamiento cotidiano„, sino que un aluvión de vejestorios las ha tomado al asalto, que se han visto desbordadas por un tropel de advenedizos incapaces de dar una sola zancada sin disfraz y auriculares. Uno se pregunta por el motivo de semejante avalancha pedestre y solamente puede hallarlo, a partes iguales, en la estulticia pura y en el ansia por disimular lo extemporáneo del impulso deportivo. Porque una grandísima parte del pelotón que anega en jolgorio las líneas de salida está compuesta de cuarentones que pasaron la juventud imitando a Robert Smith en bares, discotecas e institutos; de señores maduros que no corrieron en su momento y que ahora lo inventan; de veteranos que corren como principiantes, que han descubierto las zapatillas deportivas y abrazan la jerga del fondista porque correr está de moda, pero que corren sin ganas o con ganas adventicias. La moda es aparentar ganas, y las ganas no son más que moda. Y la consecuencia es que los corredores de siempre se ven obligados a correr hoy entre una turbamulta de paquetes que trotan alborozados, que gesticulan, que ríen, que hablan sin parar, que se acribillan a selfies y se atiborran de avituallamiento. Los corredores de verdad ya no distinguen bien a sus rivales, ocultos entre la maraña de corredores de mentira; y los organizadores, completamente indecisos entre la pureza del deporte y el espectacular aumento en los ingresos por cuota de inscripción, elaboran ya clasificaciones dobles que permitan discernir entre la carrera oficial y la comparsa friki.