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¿Una autonomía como la de Portugal?

En los tiempos de la transición a la democracia, cuando le interpelaban en debates, Vicent Ventura solía responder que aspiraba a «una autonomía como la de Portugal». Era su forma de expresar descontento con el modelo autonómico. Ventura, referente moral para una generación de periodistas valencianos, socialista y europeísta consecuente, así como un nacionalista en la estela de Joan Fuster, hablaba de Portugal pero miraba a Suiza. Sostenía que allí «ninguna nacionalidad está contra su voluntad, todas están porque lo han decidido».

Ahora, Cataluña, o buena parte de sus ciudadanos y partidos, invoca una autonomía a la portuguesa. Y tal vez consiga mirarse en el espejo de Quebec, donde el gobernante Parti Québécois consiguió, tras perder varios referéndum, que Canadá lo considere «una nación no independiente». En todo caso, iba siendo hora de que un presidente de la Generalitat valenciana tuviese una «agenda catalana». Ximo Puig hace bien en normalizar los contactos con el presidente de la otra Generalitat, Artur Mas, y con políticos como Miquel Iceta.

Al independentismo le ha hecho un favor histórico la derecha valenciana levantando al sur del río Sénia una frontera sin guardias pero con un muro de animosidad anticatalanista que reafirma los contornos del único territorio sobre el que pueden aspirar a construir los soberanistas un estado. Resulta paradójico, pero si la independencia de Cataluña es dudosa, sería imposible en unos hipotéticos Països Catalans: nadie se imagina a valencianos y baleares votando por la secesión.

El problema es el enquistamiento. La derecha valenciana no ha evolucionado en sus posiciones (o sus manías) desde la transición (o incluso desde antes). No ha generado un papel, ni una idea, que no repita la pose de airado españolismo. El catalanismo, a su vez, hace mucho que, en su ensimismamiento, no ve ni escucha nada de lo que ocurre en el seno del valencianismo y, por extensión, de la sociedad valenciana. Está en lo suyo. De ahí que segregue insensateces de política ficción como la del conseller de Justicia de Mas, Germà Gordó, repartiendo pasaportes o que mantenga clichés surgidos de complejos de superioridad mal disimulados. Como era previsible, ciertas baterías políticas y mediáticas disparan sobre el titular valenciano de Educación y Cultura, Vicent Marzà, por la coincidencia que expresó con el soberanismo catalán cuando no era conseller. Pero Marzà, cuya gestión no tiene por qué ser invalidada por sus opiniones, representa en Compromís y en el valencianismo multipartidista que sustenta al Consell una actitud minoritaria que, contra las evidencias de cada día, tiende a identificar lengua y nación. Parafraseando a George Bernard Shaw sobre británicos y norteamericanos, Ernest Lluch le habría recordado que catalanes y valencianos forman dos países separados por un idioma común. Y por cierto, si algunos propagandistas se molestaran en leer a los intelectuales de su tierra tendrían una visión más matizada de la evolución del valencianismo y su discurso. Por ejemplo, un valencianista con más autoridad (por trayectoria política e intelectual) es el conseller de Hacienda, Vicent Soler, histórico del PSPV-PSOE que reivindica un autogobierno bien financiado, aboga para el problema catalán por una solución «no conflictiva y ajustada a la legalidad» y ha declarado: «Como valenciano, pienso que la independencia de Cataluña nos perjudicaría». Algo parecido comentó en su momento el cantante Raimon para escándalo de la beatería independentista. Por otra parte, el secretario autonómico de Vivienda, Obras Públicas y Vertebración del Territorio, Josep Vicent Boira, es promotor destacado de un proyecto estratégico como el arco mediterráneo. Valencianistas, en fin, son la vicepresidenta Mònica Oltra „que no es nacionalista„, y el propio Puig, un convencido partidario del federalismo.

Mientras Carolina Punset hace seguidismo del PP al trasladar esquemas contranacionalistas importados „otra paradoja„, desde la casa madre de Ciudadanos en Cataluña, el exconseller Luis Santamaría, autor de la impresentable ley de señas de identidad, pide reprobaciones. Pero ya hacía falta que el jefe del Consell recuperase el diálogo formal e informal con los vecinos del norte para derribar la frontera de prejuicios, promover escenarios de reforma del Estado autonómico y evitar un nuevo Portugal. Poca gracia tendría que la Comunitat Valenciana se convirtiera en una Galicia del Mediterráneo sin hacer nada para evitarlo.

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