Sandra: «¿Puede una simple colchoneta hinchable convertirse en un perfecto resumen del imperfecto carácter de una persona, pongamos por caso yo misma? Por desgracia, sí. No debería ser tan simple describir a alguien con tanta exactitud con una información tan pobre. El caso es que esta mañana me pasé cerca de tres horas poniendo parches a la colchoneta porque el fin de semana tuve la mala idea de usarla en una playa de piedras y al final de la jornada estaba prácticamente sin aire en su interior. Primer error: elegir mal los sitios a los que ir con equipación inadecuada. Segundo error: en lugar de comprarme otra colchoneta me gasté siete euros en un kit de reparación formado por un diminuto tubo de pegamento instantáneo, seis parches de tamaños variados y una minihoja de lija. Y tercer error: me pasé las malditas tres horas buscando los agujeros casi invisibles, apretando la colchoneta y pasando la mano lentamente por su base en busca de aires delatores.
«Soy experta en reparaciones inútiles. De todo tipo y rendición. Cuando decidí que todas las heridas estaban cerradas, coloqué la colchoneta en vertical junto a una pared de la terraza y esperé a que pasara la media hora que las instrucciones en italiano y portugués recomendaban. Me senté a esperar con una revista del corazón y estaba a punto de quedarme dormida cuando una ráfaga de viento derribó la colchoneta. Tuve tiempo de ver cómo caía leeeentamente sobre el suelo, y quizá la lentitud fuera una falsa impresión causada por mi somnolencia. Lo malo es que en el suelo había un gnomo de piedra al que mi hijo Iván había cortado la cabeza con un palo de golf de mi exmarido y que esperaba desde hacía casi un año la reparación. Su cuello estaba lleno de aristas y sobre ellas cayó la colchoneta con un desgarro en el centro de la base que convertía el daño en irreparable.
«Y me convencí de que una vez más mis planes de reparación de daños se estropeaban en cuanto llegaba el momento de hacerlos realidad».
