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Julio Monreal

A 30 por hora pero sin látigo

El centro histórico de Valencia estrena hoy velocidad límite, 30 kilómetros por hora, pero no habrá multas para quien incumpla. Recibirá un abrazo del policía local más cercano.

Uno de septiembre y de repente, de un día para otro, en el centro histórico de Valencia ya no se puede circular a más de 30 kilómetros por hora. Lo decidieron ayer el alcalde Joan Ribó, que regresaba de sus vacaciones, y el concejal de Movilidad, Giuseppe Grezzi. La medida no puede sorprender. Desde hace mucho tiempo Compromís, la fuerza política que gestiona el tráfico en el reparto de poder municipal, ha venido insistiendo en la necesidad de reducir el tráfico rodado, ganar espacios para el peatón, «pacificar la circulación por el centro», como insistían ayer, en busca de la peatonalización integral de uno de los cascos históricos más grandes de Europa, si no el mayor. Otra cosa será la fase final de ese proyecto, que siempre ha contado con la oposición de agentes urbanos muy influyentes, como el Mercado Central. Y las concesiones vivas de aparcamientos subterráneos que se quedarían sin objeto de negocio.

Planteada la reducción de velocidad vigente desde hoy mismo, la principal novedad es el medio elegido para implantarla y preservarla: La docencia, la concienciación, la confianza en los ciudadanos: No habrá multas. Grezzi ha utilizado el látigo en su etapa de asesor en la oposición (alguna vez con gran desacierto) pero nada más sentarse en la mesa del gobierno se ha limado los colmillos y se comporta ahora como un predicador, poniendo la otra mejilla.

Es muy loable que el alcalde Ribó, en su primer acto como tal, se negara a exhibir la vara de mando que distingue a la primera autoridad municipal y la apartara de sí señalando que su estilo no es el de ordeno y mando. Aquel mensaje inspira la actitud de hoy, que es la de no multar a quien se pase de 30 km/h en el centro histórico. Sin embargo, la seguridad vial necesita disciplina. Al menos en Valencia. Un semáforo en ámbar en la capital es una invitación a apretar el acelerador. Un semáforo en rojo es sólo una recomendación si no viene nadie. Y una calle ancha es un lugar idóneo para aparcar en doble fila «mientras no moleste». La mera docencia, la concienciación, puede acabar en breve con los carriles-bus llenos de coches; con las aceras cubiertas de ciclistas y con las calles peatonales repletas de motos aparcadas. Y habrá quien pague esa factura de buenismo que hoy se emite. Serán otros ciudadanos, los que cumplan con las normas, que no podrán evitar sentirse unos «pringaos».

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