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Como Ulises cuando vuelve

He aprovechado mi vuelta para revisitar la cara del mar valenciana. No creo que Odiseo, de haber vivido allí, la reconociera, se acumulan tantos cambios, pocos para bien€ Llegué antes de las 8 de la mañana. Solo unos traficantes desayunaban en un bar cutre, el Calabuch cerrado. València va a més. Deambulé entre los antiguos tinglados una vez restaurados luego ocupados por la 32 Copa del América y por la F1 y todo cerrado. Es un desastre completo, con vallas, intransitable. Lo público, alienado: quedan las deudas de 400 millones de euros o más. Viva Camps, Aspar y Ecclestone. Y la Estación Marítima cerrada, el colmo. Miles de millones. Servicios congelados€ ni hostelería.

Rebasado este polígono de desarrollo „como el de Matesa en La Línea„ me llego a los Docks, y todo son gente joven echada al suelo, y el sol ya salió. Ellos van cargados „¿de qué? ¿para qué?„. No aguantan ser lo que no son. Ni saben quiénes son. Los padres, a la bartola.

Ante el paseo de Neptuno, un aparcamiento para masas, ni el Madison Square Garden. ¿No puede reconvertirse en un gran jardín? Mejoraría el medio ambiente y repararía la injusticia. La violencia urbanística contra el ciudadano, auténtico terrorismo del fuerte sobre el débil, una violación con tortura.

Y encuentro un solo restaurante abierto a las 8:30, hace 27 grados. L´Estimat cerró en agosto. La Valencia privada da sorpresas. La Marcelina están limpiándola. Entro en el Balandret y acierto. Me atiende una italiana de la Puglia (ah, los normandos). Retira lo de la boda de la noche anterior. C´est la vie.

Y me trae el desayuno. En los restaurante no puedes pagar y tomar el desayuno de la table d´hote, no sé qué ley lo impide. Está puesto aunque nadie se levante. It´s all included. Solo un matrimonio belga, con dos niños. El pequeño, de año y medio, arrasa. Mira al gorrión que me roba un mendrugo como si no supiera si es un juguete o un bicho. El pájaro es el dueño de la terraza. Me alegro.

La charla con Anna es instructiva, atenta como ella sola, viajada. Se va a Mérida. No a Benidorm. Me trae la cuenta. No me permite quitarme el pantalón y la camisa y quedar en bermudas, sólo para clientes.

Me echo en la arena. Ni rastro de Cruz Roja. Ni un salvavidas, ni un número al que llamar. Hasta las 10:30 no ponen la bandera, hay oleaje. La rubia maciza me dice que «es a tu propio riesgo». Responsabilidad pública o de la empresa contratada, cero. Es España. Hace una mañana ideal. El mar bate, pero dentro de un orden.

Un matrimonio de Madrid se baña y disfruta, el niño, de un año y seis meses, corre, el padre apenas le alcanza. Tanto el belga como el madrileño se desviven, las madres más pasivas. «Nos vamos hoy». Hablan ellos, más comunicativos, menos prevenidos. Amables. Me guardan mis pertenencias mientras me baño. Luego leo «La vida cotidiana de los griegos en tiempos de Pericles». Genial, somos sus herederos, en muchas cosas. Y en las que no, para peor.

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