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Tengo la solución

Nuestros conflictos de identidad y pertenencia, esa costumbre de mirarnos el apellido y la nariz de gancho, la pureza de sangre, el linaje y el Registro de la Propiedad, esa cosa, ha alcanzado tal gravedad que el Celta de Vigo y el Eibar encabezan la Liga de fútbol. Cuando las cosas son normales, el Celta, ni va bien en Primera ni mal en Segunda, que es lo decente, digamos la expresión normal de galleguidad. Mientras, los guipuzcoanos, tal vez hartos de que se hable tanto de los catalanes y tan poco de ellos, han echado mano de sus reservas de pundonor. Y eso no es nada: ahora que tenemos tantas tormentas, uno no, pero tres bilbaínos juntos son capaces de atrapar un rayo y comérselo, y no dejar más rastro que un cosquilleo en el paladar, un leve titilar de orejas y un destello de chiribitas en el entrecejo.

Si Felipe González se abstiene de repetir homilía y no compara más una Cataluña independiente con Albania y si los fiscales del Estado se abstienen de cualquier hiperactividad con los presuntos chorizos amparados en Convergència y que la justicia sea tan morosa como de costumbre, y más cuando se trata de personas de posición, es muy posible que Cataluña siga en España. Hay una cosa que al macizo de la raza le preocupa más que un catalán en sí y para sí, y es un catalán proliferante, como el conseller Carles Gordó, que nos ofrecía pasaporte catalán a los valencianos, a los aragoneses, a media España. Pues a mí no me preocupa que me ofrezcan cosas, siempre puedo decir que no.

Como ustedes saben, considero que el nacionalismo es como ese grupito que en una discoteca repleta de chicas guapas, sostiene, cubata en mano, las ventajas de la castidad: no lo veo. Sin embargo Gordó, sin quererlo, apuntó un dato crucial: la mala dotación de los antiguos territorios de la Corona de Aragón, la ley electoral que castiga a nuestras ciudades y subvenciona los vacíos castellanos, una política de obras públicas casi hostil al dinamismo de los negocios de este lado del mar y en fin, unas fiscalidad muy mejorable. La solución: poner catalanes en Madrid.

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