Intento ponerme en la piel de quienes huyen de una guerra con lo puesto, o del horror de quienes escapan de su país ante el avance de un yihadismo radical que convierte a niños en máquinas de matar, esclaviza a mujeres y degüella a infieles. Estas personas miran a Europa como lo que los europeos siempre hemos presumido que era: una tierra de acogida y de derechos humanos.

También intento ponerme en la piel de los dirigentes de los países de la UE, que a duras penas consiguen hacer descender sus tasas de paro y mejorar la situación de vulnerabilidad y pobreza en que la crisis financiera ha inmerso a buena parte de su población. Estas personas miran los datos económicos nacionales y no saben cómo dar cabida a los más de 300.000 inmigrantes que, según algunas fuentes, han llegado a las costas europeas este año desde el Sur del Mediterráneo (y creciendo).

Bajo la expresión de la «crisis migratoria» se agolpan estas dos realidades, pero, sobre todo, la UE se la juega. La crisis migratoria es la crisis de Europa y lleva camino de convertirse en la muestra más clara de su debilidad. La presión migratoria le está pasando factura en términos de solidaridad e imagen internacional y por la división de criterios que está produciendo entre aquellos socios que llaman «enjambre» a la avalancha de personas que intenta entrar en su territorio y construyen muros de separación, y los que hablan de «refugiados» y construyen o amplían sus centros de acogida.

La propia palabra inmigrante deshumaniza a quien la porta. Ya no es un ser humano que huye del horror, sino alguien que se nos quiere colar. Hay quien considera que habría que llamarles refugiados, un término más caro al derecho internacional, pero muchos no pueden acreditar una persecución que amenace su seguridad y, por tanto, solicitar refugio. Aunque buena parte huye de Estados en guerra, otros lo hacen de la miseria o la falta de futuro económico. Y, aunque tan legítimo es buscar una vida mejor por una razón o por la otra, la prioridad es atender a personas cuya integridad esté en peligro.

Preocupan las declaraciones de algunos políticos y líderes de opinión europeos que están hablando de acoger solo a determinado tipo de nacionales de Estados terceros de los que se agolpan en nuestras fronteras, como sería los que profesaran una religión cristiana o los que tuvieran estudios superiores, sobre todo si son ingenieros. ¿No ha llegado aún el momento para que los Estados de la UE decidan crear una política que, más que común, fuera única en materia de inmigración, asilo y refugio?

Las recientes cumbres europeas sobre inmigración así como cumbres bilaterales no están sirviendo para avanzar en una línea común de argumentación y, sobre todo, de actuación, en esta materia. Y la invocación para que sea la ONU quien coordine la respuesta parece estar también cayendo en saco roto. Si 28 países europeos, vecinos y que participan en un proyecto político común, no son capaces de ponerse de acuerdo en un problema que les afecta tan directamente, es difícil que los 193 de la ONU puedan hacerlo por ellos.