Artur Mas se ha convertido, por méritos propios, en uno de los pocos presidentes que ha superado los años de crisis sin que le afectara en su mandato. Ha sabido abstraerse de la feroz crítica contra la corrupción y la nefasta gestión de lo público, creando un discurso artificial, donde poco importan los problemas de sus ciudadanos, y sí cuestiones de metafísica territorial. Las próximas elecciones catalanas serán importantes, no sólo para despejar dudas respecto del proyecto soberanista, sino muy especialmente desde un punto de vista sociológico, para comprobar la capacidad de absorción que tiene este proceso en relación a la crítica de la sociedad catalana.

El último escándalo ha sido el registro por la Guardia Civil de un despacho de la sede central de CDC, su fundación Catdem y cuatro ayuntamientos, en relación al presunto cobro de comisiones del 3% de la constructora Teyco. Este asunto parece que podría convertirse en la punta de aquel iceberg que tímidamente denunció Maragall en el Parlament catalán, y que como se dice, todos conocían pero nadie podía demostrar. Pero durante estos años, el coste que han tenido que soportar los catalanes para mantener el discurso independentista no sólo se debe medir en esa presunta mordida del 3 %. Los recortes en sanidad, educación o bienestar social, que en muchos casos duplicaban la medida nacional, fueron aliñados con otros escándalos como el caso Palau, el caso Pallerols, el caso ITV o la supuesta herencia que la familia Pujol ocultó al fisco.

Supongo que quienes defienden este proceso afirmarán que el independentismo bien vale ese 3 % o el hecho de amparar en la llamada lista unitaria a políticos que tienen una alta responsabilidad en todos estos escándalos y en las políticas de recortes ejecutadas en Cataluña en los últimos años. Sin embargo, a quienes no estamos imbuidos por ese discurso, nos asombra la escasa capacidad de crítica y el seguidismo ciego al líder creado. A partir de las próximas elecciones, sería deseable que se abriera un proceso de reflexión, alejado de los partidismos y cuya primera consecuencia fuera la inhabilitación de muchos de los actuales dirigentes.