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El niño muerto

La crisis de los refugiados, la mayor emergencia humanitaria en suelo europeo que hemos conocido los menores de setenta años, ha puesto en evidencia algunas jetas muy feas. Por ejemplo, la de Mariano Rajoy que, sí, parece una cara de Belmez recién aflorada. O la del premier Cameron, mucho más alisado y mantecoso, recién descendido de las manos de la masajista, pero, también capaz de mugir: «Cuando vi el niño ahogado en la playa de Turquía, comprendí. Yo también soy padre».

Hombre, importante novedad: el niño muerto „ahora siempre hace falta una cancioncita hortera, un niño muerto y un concurso escolar de dibujo para hacer lo que debemos„, el niño muerto, digo, demuestra que los refugiados también han llegado a la reproducción sexual y prescinden de las esporas. Me quita usted un peso de encima: celebramos las nuevas incorporaciones en apoyo de nuestros congéneres, pero les han ganado la mano la buena gente, la gente que aún distingue entre el emigrado (que quizás no podamos acoger) y el refugiado (que hay que acoger). Aunque el tal Orban de Hungría dice que se trata de musulmanes (la mayoría de los huidos de sus países, lo son) y que, por lo visto, no son de fiar: no entiendo cómo alguien así puede seguir de presidente de Hungría, con lo rápido que se quitaron de encima a Berlusconi. O a Zapatero.

Si cambiáramos la palabra musulmán por judío, el clamor de las ligas contra la difamación se iba a oír en Sión, pero no va a pasar: son, en efecto, jodidos moros escapados de unas guerras que, por si a alguien se le ha olvidado, empezamos y alimentamos nosotros (para eso no faltaban los recursos, ya ves), con tan poco juicio y previsión, como sobrado cinismo. Y ahora los tenemos aquí, como cadáveres arrojados por la resaca o como medio vivos llegados de milagro, pero el ternurismo necesita/no soporta los cadáveres demasiado tiernos. Bobos Libremente Obtusos por Bruselas (BLOB): la gente ha respondido. No atender las necesidades básicas del huido es caer en la animalidad con título universitario.

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