En este año especialmente electoral hemos escuchado, escuchamos y escucharemos infinidad de promesas. Ya en las primeras elecciones democráticas de 1977, Adolfo Suárez, en su intervención televisiva, inmortalizó el latiguillo «Puedo prometer y prometo», frase acuñada por su asesor Fernando Ónega. Aquella campaña electoral y las que siguieron en la transición eran muy diferentes a las actuales. Las calles se llenaban de carteles vistosos pegados en cualquier pared. La megafonía de los coches vociferaba por todas partes los eslóganes políticos. Las papeletas literalmente llovían del cielo. Los buzones reventaban con propaganda electoral. Las pintadas afloraban en los muros. Se palpaba en el ambiente un optimismo y una esperanza de cambio. La democracia española empezaba a dar sus primeros pasos. El futuro era incierto. Comenzábamos a sentirnos ciudadanos normales. Los mítines políticos constituían la esencia llenando plazas de toros y estadios. El poder de la palabra adquiría un papel primordial para el convencimiento. Se respiraba un aire más limpio al son de la canción «Libertad sin ira».

La película «Lo que el viento se llevó» resume muy bien lo que significan las campañas electorales. El viento se lleva muchísimas promesas. Olvidamos rápidamente porque vivimos la inmediatez. Si recordáramos las promesas pasadas, a más de uno se le caería la cara de vergüenza. Otto Van Bismark decía que nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería. Algunos políticos en campaña electoral nos ofrecen el oro y el moro, aunque en la realidad nos dan gato por liebre. Ya se sabe que con promesas no se cubre la mesa, no debemos montar antes de ensillar, promesa larga víspera de nada... El refranero es muy sabio; debería implantarse su estudio en nuestras escuelas y así los estudiantes aprenderían muchísimo.

La caza del voto convierte en osados a los candidatos. El color blanco simboliza la pureza y la honestidad. Los que se presentaban en época romana para ser elegidos vestían toga blanca, de ahí el nombre de candidato. Hablar resulta fácil, tomar decisiones es más complicado. En las campañas lo tienen muy sencillo aquellos que saben que no van a gobernar, pero resulta más complicado para los partidos con posibilidades de triunfo. Me asombra que Rajoy diga ahora que se necesitan líderes pactistas y dialogantes. ¿Acaso en elecciones anteriores no se necesitaban? Siempre me llamó la atención ver a políticos en campaña acudiendo a los mercados, después ya se sabe, si te he visto no me acuerdo. Mejor acudir semanalmente y hacer gasto. Ahora hay que trabajar, hacer y crecer, decía un eslogan en las pasadas municipales. ¿Acaso antes no han trabajado?

Vivimos un desembarco hacia el centro y una lucha por un espacio que ocupó Adolfo Suarez, un estadista que cambió España sin traumas, sin riesgos y sin violencia. Suárez, a base de veladas nocturnas con mucho café y muchos cigarrillos, mantuvo conversaciones maratonianas, pactó con todos los estamentos y nos encaminó a una democracia occidental. Cometió errores que no le perdonaron. Años más tarde, él mismo se consideraba una víctima política de la práctica de la concordia. Salió de la política trasquilado, si bien en su funeral la honra fue suprema incluso por los que le vilipendiaron. Consideraba la lucha política como algo natural y vital; según él, la concordia hace crecer, la discordia destruye las naciones. La comprensión del otro es fundamental. Tomen nota, señores candidatos.