En los años 60 del pasado siglo, independentistas catalanes de postguerra buscaron, encontraron, formaron y adiestraron a jóvenes políticos socialistas como Ciscar y Lerma en la trama del imperialismo catalanista, con idea de convertir a Valencia, Cataluña y Baleares, junto con otras provincias, en un país independiente de España. Así, a finales de los 70 un nuevo gobierno valenciano de izquierdas dirigido por el juez Josep Lluís Albiñana atentaría contra la identidad valenciana, suprimiendo la senyera tricolor, imponiendo el termino País Valenciá o copiando todas las instituciones catalanas, privándonos así de una identidad valencianista propia, forjada por más de siete siglos de historia y con la respuesta a una de las preguntas esenciales: ¿de dónde venimos?

Este golpe fue frustrado por paisanos junto con entidades valencianistas como Lo Rat penat, el Grup de dones, el GAV o la RACV. Se iniciaría una guerra donde desde el norte se apostaba por una inmersión del pueblo valenciano hacia esos países catalanes, mientras desde Valencia se intentaba que la verdad y el sentido común prevalecieran. Los valencianistas esgrimían ensayos, documentos, testimonios que enseñaban con ciencia las raíces del Reino de Valencia y su identidad, mientras los pancatalanistas cubrían sus vacíos históricos, culturales y económicos con argumentos distorsionados pero efectivos. Ha sido tal la campaña de catalanización en los últimos 40 años, que en la biblioteca de la Universidad de Harvard podemos encontrar documentos donde «los Países Catalanes» son una realidad, con mapita y todo. Nadie pone tanto empeño en robar algo que no tiene valor.

El Partido Popular „aprovechando esta guerra„ hizo creer al pueblo que eran el protector del valencianismo, cuando posiblemente ha sido su cáncer más voraz. Ahora en esta nueva guerra socio-cultural, el PP no se presenta, la franquicia catalana de Ciudadanos queda al margen y la izquierda nos empuja de nuevo hacia el catalanismo, pero mucho más peligrosamente que el de los 80, porque hay una Cataluña menos española que nunca, con más medios, dinero y más seguidores que antes, incluso con la temible intención de formar un Ejército propio. Lo reconozco, los catalanistas de Compromís son más peligrosos. Aunque sabemos que no es posible que se eliminen nuestros siglos de oro, la primera biblia traducida al valenciano o las palabras halagadoras de Cervantes hacia la lengua valenciana, pueden y van hacer mucho daño: no aparece en su programa electoral, pero es la promesa estrella.

En cuatro años pretenden catalanizarnos. La ley da al valencianismo algo de tiempo: Compromís, Podemos y PSOE no tienen la mayoría necesaria para cambiar el Estatut, por ahora la ley que nos rige, deja claro que somos una autonomía con señas de identidad claras que unen a Alicante, Castellón y Valencia como territorio autonómico y parte de España. El conceller catalanista de Educación y Cultura, Vicent Marzá, lo reivindicó en una reunión con los colegios: ahora nos toca a nosotros, los países catalanes son una realidad. Pero toda acción tiene consecuencias y si en los 80 surgió un valencianismo político unido, ¿por qué ahora iba a ser diferente? Los valencianistas deberán dejar a un lado sus diferencias y marchar unidos si pretenden hacer frente al neocatalanismo.