La cifra de pobres es intolerable. Las desigualdades avanzan de forma temeraria y pueden lastrar la recuperación económica que tanto se pregona ante la inminente cita electoral. Vivimos sometidos a un éxodo permanente. Unos, los refugiados, peregrinan por varias fronteras europeas huyendo de la guerra física; y otros, algunos paisanos nuestros muy cualificados, vagan por fronteras parecidas para resguardarse de la onda expansiva de una sutil guerra económica que esparce metralla en forma de sueldos raquíticos, de la aniquilación de los derechos laborales y de sistemas fiscales aberrantes condescendientes con las grandes fortunas.

Hay tres millones de pobres en España por una veintena de superricos: una proporción vergonzante. En los últimos seis años, la desigualdad económica se ha duplicado, afectando sobre todo a las mujeres. Ese estado de emergencia social hace que la gente se vuelva hostil e insolidaria con el prójimo. El que tiene el piso pagado, cobra más de mil euros al mes o le alcanza para cambiar de coche se cree ingenuamente un potentado, un privilegiado que debe velar para que todo continúe igual y que ganen los de siempre. Mientras tanto, a los muy ricos el IVA les trae sin cuidado; sus asesores les maquillan los impuestos a punto de caramelo y la tajada más grande del pastel si acaso se la llevan afuera en volandas.

Los trabajadores que conservan un empleo están desarmados y se han rendido ya sin condiciones al enemigo. Hay algunas excepciones. Un puñado de trabajadores de las plantas españolas de la Coca Cola le ha ganado un pequeño pulso a su empresa. En Estados Unidos, algunos de los trabajadores de las franquicias de comida rápida se han alzado contra la mísera paga y piden que les ¡dupliquen! el sueldo, ahí es nada. Quieren pasar de 8 y pico dólares por hora a 15 y han comenzado este mes diversos paros en 50 grandes ciudades. Habrá que atajar como sea esos exiguos niveles salariales que, según algunos analistas, perjudican la salida de la crisis. Alemania acaba de batir su propio record de exportaciones y tiene unos salarios mínimos más que dignos. Otros países de nuestro entorno, combinan retribuciones decentes con mayor competitividad.

Los votantes españoles tenemos, obviamente, que decantarnos en elecciones por unas u otras recetas económicas. Ahora que se han publicado las altas tasas de infidelidad conyugal de muchas parejas estables a través de un portal de internet que un hacker ha dejado al descubierto, sería bueno plantearnos si no habrá llegado la hora de pegársela al que aplica una política económica que procura demasiado por la riqueza de unos pocos que ni siquiera saben cuánto tienen, dónde lo tienen aparcado ni qué le van a regalar a la parienta, como desagravio, después de una loca noche de adulterio clandestino.