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Los tiempos que corren

Vamos al grano. Según el estudio presentado la semana pasada, entre 2007 y 2013 los hogares con desempleo total en los que vivía al menos un pensionista se multiplicaron por cinco y ya son más de 650.000 las familias con este perfil. Ahondando, ocho de cada diez aseguran ayudar económicamente a hijos y nietos, lo que supone seis más de media que en 2010. Además, uno de cada cinco ha tenido que dejar la residencia para apoyar con su pensión a la tropa que lo sigue. Es curioso. Los trabajadores sociales, que años atrás rellenaban escodidos las solicitudes de ingreso en esos centros, se enfrentan ahora impotentes al fenómeno contrario puesto que en el primer trimestre del año en curso rondamos las ochocientas mil familias sin ingreso de ningún tipo, el doble prácticamente que cuando pinchó la burbuja. Para poder hacer frente a este apoyo constante, buena parte de los mayores ha tenido que reducir sus gastos en tratamientos y servicios de salud e incluso a uno de cada diez no le ha quedado más remedio que vender propiedades. Y para mantener la ayuda han reducido su consumo de luz y comida. Los expertos coinciden en que, pelas aparte, semejante estrés reporta costes emocionales como el que supone la pérdida de relaciones sociales por no poder compartir los espacios de ocio de antaño. En ese aspecto conviene señalar que una de las facciones del departamento que rige Montoro ha hecho lo posible por apretar la soga y tiene en ascuas a la población que aún puede ver en las escapadas del Imserso un respiradero. Al margen de poner en jaque a una parte del negocio hotelero, deja en el aire Los pajaritos y Dos gardernias hacia quienes ha tenido que mirar Asuntos Sociales para intentar revertir la situación al menos en este extremo. Así que, de ligar, mejor no hablamos. Y de morirse, menos. Ni en paz ni de ningún modo.

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