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El pecado y la penitencia

Si Adán y Eva se comportaron con naturalidad en el Paraíso con mayúsculas fue, sin duda, porque del Génesis no hubo segunda temporada. En la primera todo es una sorpresa por descubrir, pero a la siguiente la inocencia se ha perdido para siempre y los participantes ya vienen resabiados, como ocurre en la versión televisiva de Adán y Eva de Cuatro.

El programa ha vuelto con la misma dinámica y con el mismo discurso insultantemente naíf que habla de amor verdadero en una playa nudista llena de cámaras. Más de lo mismo, aunque ahora se permiten más lujos: la isla filipina parece más hermosa y paradisíaca que la anterior y, si se tercia, se mete un piano eléctrico en una balsa para que el galán toque y cante a su amada sobre las aguas. Había que aprovechar que el primer adán era un músico argentino más empalagoso que el dulce de leche. Y lo enfrentaron a un vasco que sí se salía del tópico: Iñaki resultó más falso que un duro sevillano, pero la sevillana Chari no picó.

Como ya no hay efecto sorpresa y los tortolitos esperan rivales, el programa echa más leña al reality. Van a buscar descaradamente el conflicto y la semana que viene, más. Lo necesitan para darle contenido a Pecadores, el debate posterior donde lo más sugerente es el título y Mónica Martínez. La presentadora con mono rojo ceñido es la diablesa más atractiva en pantalla desde Liz Hurley y, si la seguimos hasta la madrugada, nos desnuda aún más el programa hasta desvelarnos qué fue de los protagonistas después de vestirse.

Si el pecado original fue el conocimiento del bien y del mal, aquí ha sido el éxito de audiencia. Y ha llegado la penitencia: más capítulos de Adán y Eva, con malos rollos y debate incorporado.

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