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Malas personas, malos periodistas

Lo decía el maestro Kapuscinski: «Las malas personas no pueden ser buenos periodistas». Las escenas de la reportera húngara Petra László golpeando y zancadilleando a refugiados que huían del cordón policial para entrar en Hungría dieron la vuelta al mundo y, al tiempo que inmortalizó lo peor de la condición humana, supuso un golpe de suerte para Osama Abdul Mohsen y Zaid, el padre y el niño que gracias a esas imágenes han encontrado una oportunidad en España que ni soñaban en esos momentos. Al final tendrán que reconocer la suerte de haber sido zancadilleados por el odio xenófobo. Se puede hablar de final feliz, pero estamos ante la excepción que nos reconforta frente al horror de miles de familias que vagan por Europa sin rumbo, tratadas como apestados. Las guerras ya no son lo que eran: Estados contra Estados litigando por un territorio. Ahora, en palabras de Kapuscinski, «los Estados no pintan nada, no monopolizan la violencia, en su lugar lo hacen grupos armados, mafias, milicias tribales, terroristas, narcotraficantes y mercenarios, independientes económicamente».

El comportamiento de los países europeos ante el éxodo sirio es cerrat fronteras y levantar muros, justo lo contrario de lo que postulan sus consignas de libre comercio. Cuántas contradicciones. Sin una información rigurosa sobre la pérfida periodista, qué sería de Osama. Del mismo modo que sin un trabajo periodístico comprometido en la publicación de la fotografía del cadáver del niño Aylan mecido por las olas en una playa turca, la movilización internacional con los refugiados sirios no sería la misma, nuestro mundo de conciencias ciegas por el ocio, el consumo y el hedonismo no lo habría permitido. Al final el periodismo siempre arroja luz en la contradicción de la condición humana. De una forma o de otra.

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