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La sonrisa del chino

Si sueñas que has perdido el móvil, lo normal es que al levantarte de la cama compruebes que está en su sitio. Si, que tu padre se ha muerto, lo primero que se te ocurre al abrir los ojos es telefonearle (si encuentras el móvil). Lo normal es que lo que ocurre en los sueños no tenga un reflejo literal en la realidad. Y eso produce alivio y decepción a la vez. No se ha extraviado el móvil, de acuerdo, y tu padre está viendo la tele mientras desayuna. Todo se encuentra en orden en tu mundo. Parece que se te ha quitado de encima un peso que al poco, cuando te diriges en el autobús a la oficina, vuelve. Quizá, te dices, esos sueños anunciaban otras pérdidas que aún están por venir. De hecho, un día, tarde o temprano, perderás el móvil (está en la naturaleza de las cosas, todo el mundo lo pierde alguna vez), y enterrarás a tu padre (a menos que él te entierre él a ti).

Tranquilo, tampoco es eso, te dices ahora. En los sueños, los móviles no son móviles ni los padres son padres ni los fallecimientos son fallecimientos. El sueño es un teatro en el que no pagas por ver la obra que se anuncia, sino otra que se representa secretamente detrás de ella. ¿Pero cuál era esa obra, de qué iba? ¿Por qué te ha dejado tan mal cuerpo la sensación de perder el móvil o de que se moría tu padre? ¿Estarían esos sueños expresando el deseo secreto de desprenderte de la esclavitud del teléfono o de quedarte huérfano? Tampoco, no te apures. Los sueños no son tan directos. Has de convencerte de que hablan en chino y que resultan, por tanto, muy difíciles de traducir. Lo del chino se te ha ocurrido porque tienes uno al lado. Sonríes involuntariamente ante la idea de contarle tus sueños y pedirle que los interprete. El chino te devuelve la sonrisa y entre unas cosas y otras resulta que has llegado a la oficina.

Al entrar en el despacho ves a tu compañero Gerardo hurgando enfebrecido en un archivador. ¿Qué pasa?, le preguntas. He soñado, dice, que se perdía el expediente de Guinea Ecuatorial. Tú te quedas perplejo. Gerardo, finalmente, encuentra la carpeta y respira aliviado. En ese instante, suena el despertador y abres los ojos. ¡Dios mío, te dices, el expediente de Guinea Ecuatorial! Y claro, si no has perdido el móvil, lo primero que haces es telefonear a Gerardo.

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