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Cataluña desde Valencia

La candente cuestión catalana se vive con mucha más intensidad en tierras valencianas que en el resto del país. A pesar de los silencios y de los tuits borrados hacia el espacio sideral. Resulta obvio. No hacía falta que Raimon „Ramón Pelegero, nacido en el carrer Blanc de Xàtiva hace 75 años, ¡ya!„ se posicionara en contra de la independencia para poner en evidencia una cuestión que lleva latiendo en Valencia desde la transición. Desde los años 60 para ser más precisos, cuando empezaron aquellas pintadas solitarias pero bien visibles: «Parlem valencià».

A lo largo de ese tiempo transcurrido hubo quien se apuntó al reduccionismo, como Josep Guia „«és molt senzill»„ y hubo quien escuchaba susurrar al pope, Joan Fuster „«poc a poc?»„ mientras el ensayista de Sueca disimulaba su apoyo al socialismo posibilista de Joan Lerma y el paquebote de los nacionalistas en el PSPV se dejaba a la deriva. En pocas palabras, el devenir contemporáneo del nacionalismo valenciano ha circulado en sentido contrario al catalán. Mientras este último ha vivido enaltecido hasta, efectivamente, dar una vez más el paso decisivo en su reto con el Estado central, el valenciano ha ido adaptándose a la realidad, modificando palabras de excesiva semántica y conceptos ideológicos para batallar en las trincheras de la política minoritaria.

Los nacionalistas valencianos estaban condenados, según la teoría, a ser de izquierdas o no ser, pero luego viraron hacia Convergència, y llegaron a gobernar en algunas ciudades de la Marina „el vórtice histórico del Bloc„ incluso en Castelló, donde hubo hasta cambalaches con el Partido Popular de la Plana. Y siempre tuvieron el favor de la universidad, administrando empirismos. Nada comparable, sin embargo, al reciente empuje que les ha llevado al gobierno de la Generalitat y de la irreductible y fallera ciudad de Valencia. Nadie lo pudo imaginar.

De un modo inevitable, la responsabilidad del poder ha acelerado ese proceso de mutación en la retórica política. Los acontecimientos en Cataluña precipitan la necesidad de puntualizar y matizar los objetivos y el lugar que los nacionalistas ocupan en el sur, y de los socialistas también. Los dos grandes animales políticos que andan ahora en juego, Ximo Puig y Mònica Oltra, a los que se suma de vez en cuando Joan Ribó, se declaran también contrarios a la independencia catalana, consideran arcaicas las batallas por los colores de las banderas y afinan los experimentos inmersores en la educación pública. Apagan fuegos y frenan a las bases, a las que siempre hay que contener cuando no se está en la oposición. Puig, incluso, ha tratado de mediar con el inefable Artur Mas acudiendo a visitarle durante las vacaciones en Es Mercadal.

Compromís espera, obviamente, que se clarifique el tablero catalán para resolver sus encrucijadas, que no son pocas. Baste recordar con qué pesada digestión se lleva el proyecto de coalición con Podemos, los recelos hacia el impepinable liderazgo de Oltra o las históricas alianzas europeas con otros nacionalistas ahora irredentos. Sea cual sea el resultado de las elecciones el 27S, la vida política catalana aumentará de tensión y va a llevar mucho tiempo y mucho ansiolítico tranquilizarla. Esos movimientos telúricos seguirán cruzando el Senia a través de los espacios naturales pero resulta evidente que incluso los simpatizantes valencianos de la causa soberanista catalana tendrán que soltar buena parte de lastre en cualquiera de los escenarios. Ese era el mensaje de Raimon.

Cuando el PSPV accedió a la gobernanza de los valencianos en los 80 ya hubo un ejercicio de modulación extraordinario respecto de los entusiasmos de la transición, aquellos días «de dalt a baix». El mismo PP valenciano, desde la otra orilla, atemperó sus furias antinacionalistas y hasta ensayó un amago de valencianismo sui generis y fallido con Francisco Camps. Los propios empresarios hegemónicos suspiran muchas tardes en los palcos de Mestalla y las terrazas de Gran Vía con un partido a lo PNV o CiU para cantarle las cuarenta a los poderosos lobbys asentados en Madrid.

Así que el inmediato escenario político valenciano no solo está supeditado a lo que venga sucediendo al norte del corredor, sino que ha de perfilar un nuevo modelo de imaginario social. Lo han de hacer los nacionalistas pero también el socialismo federalizante, hasta Podemos anda en ello. De momento, el PSPV ha amarrado la presidencia y los poderes ejecutivos de la hacienda y el urbanismo, pues como buenos exmarxistas creen en el poder taumatúrgico de la economía. Compromís, en cambio, controla la educación y la cultura, con los que se lleva a cabo la ingeniería ideológica. Podemos, fiel a sus orígenes mediáticos, de las superestructuras de Gramsci a La Tuerka, se preocupa por el futuro de Canal 9.

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