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Una revisión

Lo dijo Ramón Gómez de la Serna: «La moda es un país que cambia de bandera todas las estaciones». Justamente en esta, al borde del otoño, levanta sus enseñas en la capitales (Nueva York, Londres, Madrid, Milán, París) que concentran ideas, talentos arriesgados y profesionales valiosos..., pero también arribistas atrevidos, curiosos despistados y esnobs impenitentes.

La moda pugna por retroalimentarse, por echar leña al fuego de un horno que debe permanecer encendido para no apagar el interés de un público heterogéneo, al que en teoría hay que incitar cambiando, en efecto, las «banderas» en cada estación, incluso en períodos intermedios.

Ahora bien; ese supuesto interés básico ¿persiste en la actualidad, o desciende, requerido por otras demandas fuertes?... Por supuesto, las circunstancias económicas han hecho acuciantes las necesidades primarias. Pero no sólo es eso. Hasta en los sectores de buen poder adquisitivo las apetencias han experimentado cambios. El onmipotente consumo, orientado a los viajes y a los últimos artilugios tecnológicos, desplaza un tanto a la indumentaria: ropa, calzado, accesorios, es decir, todo lo que abarca lo que se entiende por «moda». Por otra parte, grandes capas de población (y no sólo adolescentes) son guiadas o seducidas, sobre todo, por las etiquetas. O sea: priorizan la marca al estilo. Aquí tocamos otro punto clave.

Un gran conocedor del mundo musical y su industria como es Diego A. Manrique ha señalado hace poco «la creciente irrelevancia social de la música». Y afirma: «Tras décadas en que el pop funcionaba como rompehielos para nuevas actitudes, ahora tiende a ser un objeto de consumo más, sin mensajes de contrabando». Creo que esta apreciación podría aplicarse perfectamente a la moda. Si en otros tiempos pudo, sucesivamente, activar la democratización, o ser estandarte de liberación femenina, o ataque frontal a los círculos más inmovilistas, hoy la moda no define clases sociales ni encarna impulsos rupturistas. Cada vez más embarcada en un mercantilismo a gran escala (hoy día imprescindible, es cierto) se está dejando comer el terreno por asuntos ajenos a su propia esencia. Permitir que esos personajes a quienes se designa ahora con palabrejas como celebrities o socialités (¡qué horror!) y otros que son simples elementos difusores o deformadores, ocupen más tiempo y espacio que la creación en sí misma, está socavando la pura sustancia de la moda.

Me gustaría que continuara vigente la triple exigencia programática que formuló hace veinte años el gran Jean Paul Gaultier: «Me visto, luego me expreso. Me visto, luego me desvelo. Me visto, luego reivindico». Acaso, la mejor ejecutoria de la moda.

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