Hay gente un poco tonta (con perdón) que quiere algunas cosas, pero las quiere tan poquito que parece que no las quiera. Por ejemplo, Ciudadanos (C´s) de Xàtiva quiere nombrar a Raimon hijo predilecto de la ciudad, pero lo quiere tan poquito que casi preferiría no hacerlo: y por eso se abstuvo en la merecida unanimidad que Raimon consiguió de los demás partidos. En cualquier caso, las cosas del querer son así de extrañas; lo que molesta a la razón son las cosas del argumentar que, en este caso, son vergonzosamente inanes. Todos queremos a Raimon (le admiramos, le respetamos), pero parece que los de Ciudadanos exigen un referéndum entre los setabenses para poder homenajearlo y, no satisfechos con el «consenso» de toda la sociedad, añaden la evidente tontería de que otros ciudadanos nacidos en Xàtiva también merecen un reconocimiento, lo que puede ser el caso (¡pónganse en cola!), pero no una razón para negárselo a Raimon. Algo así como negarle el Nobel a Samuel Beckett porque Jacinto Benavente se merecía tres. En fin, para rematar la mezquindad del argumentario, añaden que el «coste» del asunto sería más apropiado dedicarlo a los pobres o al arreglo de alcorques: tan cierto como que el sueldo que recibe Juan Giner, el portavoz del C´s que glosamos, sería mejor fundírselo en carajillos para los propios y refrescos para los forasteros.

Sé que es inevitable: si levantas una alfombra y te sale una rata, te falta tiempo para contarlo. Cuando la cosa (la rata y su relato) se reitera es cuando llegamos a la famosa herencia recibida: el raterío encontrado bajo las alfombras. Pero la herencia recibida es una Gorgona política: real en su molesta existencia, pero paralizante. Además, es un argumento amortizado: todos sabíamos que la deuda que dejaban a los valencianos los gobiernos del PP, incluyendo la centrifugada y presuponiendo la oculta, era enorme e impagable, monstruosa. Nadie podía alegar ignorancia o sorpresa y menos quienes acompañaron críticamente al gobierno anterior desde la oposición. Dicho esto, ya sólo queda hacer otras cosas o el silencio. Me apunto a lo primero, sin descartar lo segundo, salvo descubrimientos y novedades. En fin. En cualquier caso, no deja de ser sorprendente, con lo mucho que podría callarse, lo tantísimo que habla Bonig: cuando se toman un respiro en su lucha por la libertad, se alegran de que se pida con urgencia la creación de una comisión sobre el metro; incluso se permite no ver incoherencia alguna en la incoherencia de apoyar una cosa (reforma estatutaria para cambiar la financiación) y rechazar las enmiendas a los presupuestos de 2016 (que nos dejan a dos velas). En fin, para Bonig todo su (de ellos) pasado no es más que un «arma arrojadiza» para sacar tajada en campaña: ella quiere que nos centremos en las ocurrencias del ahora mismo. Pparalalibertad.