En el cuento de Melville, el capitán del barco rebelde parlamenta desafiante con el emisario inglés que viene a reducirlo a obediencia. Mientras reta a los oficiales de su majestad británica, se deja afeitar plácidamente por su esclavo negro, que le pasa suavemente la navaja barbera por su cuello. Otro negro, recio y musculoso, lo abanica a sus espaldas, mientras unos terceros lo rodean como una guardia pretoriana. Benito Cereno, que es el nombre del capitán, no parece preocupado por la suerte del combate que se avecina. Arrogante y seguro, no parece tener miedo. Sabemos el desenlace de este delicioso cuento. Cuando el gigante que lo afeita baja el brazo para quitar el jabón o limpiar la cuchilla, Benito Cereno salta como un felino, huye despavorido por la cubierta y se lanza a la barquilla desde donde parlamenta el enviado inglés. El estupor se adueña de todos. Es uno de esos instantes en los que la realidad produce lo inesperado. Para reajustar el suceso, para darle un sentido, es necesario leer de otra manera las evidencias con las que contaba quien estuviera viendo la escena.

Sabemos la clave del relato. El huido la contará tan pronto recupere el aliento ya en la barca amiga. Benito Cereno, lejos de ser quien controlaba la situación, era un prisionero de los rebeldes, que se habían hecho con el barco en un motín. El que lo afeitaba, lo amenazaba de muerte con la navaja. El que lo abanicaba desde atrás, en realidad le susurraba lo que tenía que decir a los ingleses, bajo amenaza de muerte. Si hubiera dicho algo diferente de lo ordenado, la navaja habría seccionado su yugular. Todas las apariencias eran engañosas, por tanto. La ambigüedad de la escena era impenetrable y un observador externo jamás la hubiera disuelto. Melville es un maestro al crear esta fantasmagoría que se disuelve como una alucinación tan pronto se abre paso lo decisivo, ese salto increíble que siembra la perplejidad.

Creo que Artur Mas es Benito Cereno. Ya lo he dicho alguna que otra vez. Pero si traigo esta historia a colación es porque el Sr. Romeva no puede ser el capitán rebelde. Lo hemos visto en el debate de la Sexta, y antes lo vimos en la conversación con la prensa inglesa. Es un oficial rutinario de la política catalana, un político limitado, puede que sincero, pero no arrojado. No lo vemos con la navaja barbera en la mano. La manera en que respondía a Iceta en el debate de la Sexta, el sábado, tenía la debilidad del cinismo profesional. Mientras que el reposado dirigente del PSC, uno de los más sensatos políticos españoles, le exigía que respondiera sí o no a si pediría responsabilidades a Mas, en el caso de que su tesorero fuera declarado finalmente culpable, Romeva repetía una y otra vez la muletilla vacía, gastada, propia de un político convencional, de que su lista tendría tolerancia cero con la corrupción.

Si Romeva no es quien tiene preso a Benito Cereno, entonces está de número uno de la lista justo por su irrelevancia, por su obediencia. En Los Desayunos del jueves pasado, en TVE, el grupo de periodistas habitual entrevistó a Carme Forcadell. Ella mantuvo el gesto cordial, pero apenas podía ocultar su tensión. Así nos dejó un retrato psicológico sin precedentes en la política española. Dura, concisa, minimalista, como si no tuviera que ir más allá de una cortesía elemental, como esos puritanos que saben cómo hay que hablar a los no elegidos, la Sra. Forcadell generó un clima polar entre los presentes. Cuando salió de cámara, el silencio se prolongó por un instante en el plató, con esa impresión de eternidad que tiene un instante mudo en televisión. Ninguno de los presentes pudo ofrecer un comentario relajante. Se escuchaba tragar saliva. En realidad, no estamos acostumbrados a personas como la Sra. Forcadell. Si alguien lleva este barco de la independencia es ella y, si es así, Mas puede sentir la cuchilla sobre su garganta. Inflexible, directa, con un estilo que se basa en un profundo desprecio de la política profesional, Forcadell cree que Convergencia ha traicionado varias veces la causa de Cataluña y se ha propuesto que eso no volverá a suceder. Ella es la más firme garantía de que Mas no saltará al barco enemigo. No con cabeza.

La decisión no sólo está tomada. En la medida en que esté Forcadell al frente es irreversible. No hay consideraciones circunstanciales aquí. Su forma de hablar en Los Desayunos testimonia que está más allá de cautelas, supuestos y condicionantes. Ella no es política y eso significa que hará exactamente lo que dice. Su capacidad de reaccionar a las preguntas de los periodistas españoles fue tan sensible como la de un frontón. Nada de los arcanos de Pujol. Esa época se ha acabado. Nada de los matices de los constitucionalistas. La mejor manera de avanzar es actuar como si ya no se tuviera nada en común con España. Lo demás es irrelevante. ¿Usar todavía la legalidad española para impulsar la república catalana? Desde luego. ¿Tomar decisiones con una escueta mayoría de diputados aunque vayan mucho más allá de las reformas para las que se necesitan los 2/3 del Parlament? ¿Por qué no? No somos políticos, parece decirnos Forcadell; no somos complicados. Queremos un Estado independiente y lo haremos con la legalidad o la ilegalidad, y desde luego con una mezcla de las dos cosas.

¿Será esta república de la Sra. Forcadell la misma república que la del Sr. Baños? Aunque el estilo parece muy diferente, Baños no conecta menos con lo absoluto y lo incondicional. Su convicción es igual de firme e intensa. Tampoco tiene mucho que argumentar con el enemigo. Su república catalana será limpia, social, popular, dice. Lo escuché en la Sexta afirmar que Cataluña nadará en la abundancia cuando deje de pagar la deuda y recupere los «tres 16». Se refería a los 16.000 millones que España se lleva de Cataluña, a los que los catalanes ricos se llevan a Andorra y a los que dejen de pagar como impuestos. Podemos hacer el cálculo: sin deuda y con 48.000 millones de euros más, desde luego que todo puede cambiar. Baños argumenta de un modo común al de otros: cuando Cataluña sea independiente, todo será igual de bueno que ahora, pero mejor. No habrá ni un solo inconveniente.

El Sr. Baños viste traje elegante y sugiere que, con quien no se merece otra cosa, se debe ser despiadado e incluso cínico. Los fundadores de repúblicas tienen que tener algo de aquella actitud de Robespierre, que miraba caer las cabezas al cesto con la indiferencia de quien viera cortar coles en el mercado. La pregunta, de nuevo, es si la república de Mas será la misma que la de Baños. Forcadell debe estar atenta aquí, y tener la navaja firme en el cuello, porque en verdad, si la cohorte es la del Sr. Baños, la tentación de saltar al barco enemigo no le faltará al Sr. Mas. Siempre es posible que el Sr. Mas prefiera entregar su linda cabeza a las picas de los patriotas que a los malvados jueces españoles, pero por lo que sabemos, también ama su cabeza más que ninguna otra cosa en el mundo. Así que deberán estar atentos. Sobre todo, es preciso ver si accede a algo de lo que pide Baños, por ejemplo eliminar la escuela concertada.

No está claro que Mas ceda ahí. En realidad, no está claro nada, salvo una cosa: la lista independentista necesita tantos votos como sea posible. Lo demás no está previsto y sólo se aspira a cruzar una línea de no retorno. Voluntad de aventura, cantó Ortega en un lejano 1914. ¿Por qué no seguir su consejo? Así que habrá declaración de independencia si hay mayoría absoluta de escaños y se llevará la decisión al extremo más radical posible. Cuanto más grave sea el problema que se produzca, más razones se tendrán para invocar la intervención de las potencias europeas. La esperanza es que así el problema escape a una negociación dirigida por Madrid. ¿A qué se obligará a Cataluña? A algo menos que si depende de España. Esta es su esperanza. ¿Fundada? Responder sería entrar en cautelas, supuestos, casuísticas, circunstancias. Todo eso disminuye votos. La intención es visualizar que la suerte de Cataluña no depende ya de España y que Cataluña es tan importante que nadie estará en condiciones de romper el principio democrático ni de ofender a un gobierno elegido, por mucho que haya cometido acciones ilegales. En el juego entre democracia y legalidad, Europa se inclinará por la democracia porque, y esa es la verdad, los independentistas creen que en el fondo Europa comparte el mismo desprecio por España que ellos sienten.

Este es el supuesto de todo su escenario, uno que encubre demasiadas idealizaciones. Pero ya se sabe: de ser cuestionado, entramos en disquisiciones que llevan a la pérdida de votos. Todo lo demás es secundario. Creen que llegado el momento, las potencias europeas y occidentales apostarán por Cataluña porque el problema será demasiado grave para que lo gestione España; y que, en todo caso, Europa atará las manos a España para cualquier intervención en defensa de la legalidad. El curso de la actuación del gobierno catalán no podrá ser detenido. Creo que eso, que es lo que anunció Forcadell, es lo que de verdad se quiere hacer. La ilusión es mantener la vida cotidiana como si no pasara nada, porque esa es la demostración de que la independencia no tiene inconvenientes. Pero eso, la vida cotidiana, puede cambiar bien pronto.

Que se lo digan a Benito Cereno. Mas, a todas luces, es el eslabón más débil de este proyecto. Su situación política y judicial lo amenaza seriamente. Y si por una de esas Baños, u otra instancia, consigue que su cabeza caiga al cesto, ¿qué pasará con esta mayoría? ¿De verdad los demás hombres de Convergencia, los que el pujolismo ha nutrido durante décadas y ahora dependen de Mas, seguirán en el barco, preguntándose cuál será el próximo en cambiar su vida cotidiana? La historia de todos esos Benitos Cerenos, construida sobre cambios bruscos e inesperados, no ha acabado todavía.

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