Ha sido retrasarse un poco el Imserso y ponerse a chillar el comercio como una victoriana escandalizada. El viaje senil es negocio pingüe, y sus beneficiarios últimos no quieren oír hablar de ancianos tranquilos y hogareños. Un anciano que sabe ser feliz con poco es aterrador para los hoteles y las tiendas. Un anciano frugal es un anciano ruinoso, inconveniente: nada rentable. El bienestar barato es enemigo del negocio turístico, y los viejos no son una excepción. Se invierte mucho dinero en propaganda social, en presentar la edad provecta como la más activa y la más indicada para obtener satisfacciones materiales, cuando en realidad es la más reflexiva y la mejor para el gozo espiritual. Se vende un mentirusco muy elaborado, en cuya trama el Imserso actúa como simple cebo. No es el dinero del Imserso el que quieren los hoteles, los restaurantes, los bingos, las tienduchas y las tiendazas. Es el dinero de los viejos. La pensión, las rentas y el dinero negro de los viejos.

El Imserso es el empujoncito, el ardid, la vaselina en que resbalan las mentes venerables para caer en la vorágine comercial. Se trata de galvanizar a los ancianos y de inocularles falsos deseos para que no conserven la paga. El anciano sedentario no gasta, y eso resulta espantoso para el pantagruelismo capitalista. Se requieren viejos insatisfechos, trasnochadores, ávidos de acción: fuera de sí. Hay que sacarlos de quicio, engatusarlos con la fantasmagoría de la eterna juventud, rendir su prudencia con el señuelo del Imserso. De ahí que no se tolere ningún retraso en el programa. Fuera sosiegos, meditaciones y recapitulaciones en la tercera edad; que todo sea rotación, traslación y fiebre. Hoy se quiere aprovechar económicamente hasta la postrimería humana, y para ello es necesario convertir al viejo en un culo de mal asiento; hacerle agitar el peluquín en la discoteca, hincar los dientes postizos a las martingalas culinarias y maltratarse la vista intentando ser un Argos, para luego llevarlo a que le adoben las junturas con la terapéutica estrafalaria del SPA. Nadie tan adecuado como el viejo para desestacionalizar el turismo; por eso ha de acabar sus días como un turista más, como un trotón desorientado a quien poder vaciar la faltriquera.