Nadie puede negar a estas alturas el éxito de la Unión Europea. Tras dos guerras mundiales devastadoras en términos físicos, medioambientales, humanos, sociales y de valores; tras el siglo de los campos de concentración y de exterminio; tras la separación continental en dos bloques enfrentados militar y socialmente; en un terreno sembrado de guerras civiles, de conflictos étnicos, religiosos, lingüísticos; en un espacio objeto de nuevas migraciones masivas porque en sus bordes subsiste la guerra, la injusticia, la persecución. En ese espacio sembrado de trincheras, a modo de costurones que ahora unen los países en los que viven algo más de quinientos millones de seres humanos, se ha consolidado uno de los territorios del planeta más próspero, con más derechos sociales, medioambientales, con un grado de convivencia encomiable.

Todo comenzó en las ruinas aun humeantes a ambos lados del Rin, con los muñones de los edificios elevados al aire gris, se tratara de fábricas, de minas o de catedrales, todo ello producto de una cultura que se quiso universal a partir del siglo XVIII, reduciendo a escombros buena parte de su obra. Comenzó además por aquellos Estados que se habían enfrentado desde el siglo XIX en sucesivas guerras a cada cual más mortífera, Francia y Alemania, con el concurso siempre interesado del Reino Unido o la Rusia Imperial. Fuera quedábamos los periféricos, salvo Portugal; España, que todo lo había perdido, volvía en ensimismarse incubando conflictos internos que desembocarán en una terrible guerra civil.

La reconciliación vino de la mano del carbón y del acero, los dos elementos que habían contribuido más al rearme y la destrucción masiva de la guerra 1914-1918. Con mayor capacidad mortífera, con la aviación y los carros de combate, en la segunda de 1939-1945. La democracia cristiana y la socialdemocracia, los dos pilares de la Europa contemporánea se dijeron que esto no podía repetirse nunca más. Schuman, Monnet, Spaak, Brandt, Adenauer, De Gasperi... toda una generación de europeos dijo basta. Se pusieron a trabajar conscientes de que los sentimientos necesitan años para curarse, pero de que las necesidades eran acuciantes: trabajo, comida, escuelas, salud, servicios de atención a los mutilados, a las mujeres violadas. Además, tenían a la URSS en la frontera.

Comenzaron por el trabajo. Fue la CECA, que además alumbraba instituciones de largo recorrido: la Comisión permanente, el grupo parlamentario, y un poco después la Euratom para fines pacíficos, o la PAC por la seguridad alimenticia y la estabilidad política del campesinado. Todo se preparaba para la firma en marzo de 1957, en Roma, de los Tratados Constitutivos del Mercado Común. Primero los mercaderes, se dijo, pero ello conllevaba también la movilidad de los capitales, de las mercancías, de las personas. El alivio de todos fue absoluto: los del sur podían vender frutas, verduras, con la emigración aliviar excedentes de mano de obra; este fue el caso de los valencianos y además con playas y sol. Los del norte, vender la maquinaria, los automóviles, y emitir turistas de vacaciones pagadas hacia el sol y playa del sur. Las excepciones, las dictaduras de Portugal, España y Grecia. Una dramática pérdida de tiempo, peores condiciones para sus ciudadanos.

Estos son los elementos del éxito.

La debilidad se ha evidenciado estas semanas. La reestatalización de la Unión Europea se ha traducido en ineficacia ante la peor crisis humanitaria de los últimos setenta años. La descoordinación traduce la feroz lucha por la salvaguarda de los llamados intereses nacionales, esto es, los intereses de las élites políticas con el ojo en las urnas y de las élittes económicas con el ojo en las carteras (¿pueden beneficiar los migrantes, por ejemplo con la bajada de los salarios, el desmantelamiento de los sindicatos?).

El conflicto de Ucrania y la dependencia energética abren otra perspectiva de debilidad. Al igual que en los Balcanes, será Estados Unidos, la OTAN, quien se encare y resuelva el problema que es estrictamente europeo. En definitiva, los dos elementos de una organización política en construcción y que fallan: las relaciones diplomáticas para entendernos y las de seguridad y fuerza, esto es las fuerzas armadas europeas y un espacio judicial y policial real, efectivo.

Por supuesto que la estabilidad presupuestaria, el control del déficit, la prudencia monetaria son elementos clave, en especial para las memorias más sensibles de los grandes desastres inflacionarios y de paro de los años veinte y treinta, con la consecuencia de la extensión de la peste negra del fascismo que, por cierto, hoy constatamos en su reencarnación.