Los tiroteos escolares se están convirtiendo en endémicos en la América contemporánea. En los últimos tres años y, más o menos, cada cuatro meses, nos cuentan la misma historia. Jóvenes, incluso niños, se lían a tiros con compañeros, maestros o cualquiera que se les cruza cuando están enfadados. Ciertamente, la pelea es tan americana como el pastel de manzana aunque, claro, ahora se pelea con semiautomáticas y no con Colts. Y se pelea por tantas razones en una sociedad muy competitiva. «Te veré en el juzgado» es una frase con las que terminen muchas disputas, por eso EE UU es tan litigiosa y los abogados son tan ricos. Pero, a veces, las emociones se adelantan a los litigios. Ese país ha glorificado el dinero y creado sus mitos en relación a robarlo o protegerlo con las armas. Desde los Bonnie and Clyde a tantos agentes de la ley que dan su vida por proteger el dinero de otros, el cine y la televisión han glorificado la buena puntería y subrayado artísticamente que la tenencia de armas es un derecho constitucional que muchos padres enseñan a ejercer a sus hijos. Porque este es el asunto.

Todos los niños y jóvenes nos hemos peleado. Por el amor de una chica, por el buen nombre de nuestra familia, hasta por una pelota de fútbol. Pero antes, y ahora en la mayoría de los países, los lances no pasan de un ojo hinchado o, en el peor de los casos, de una mano rota. Pero lo que nadie sospechaba hace cincuenta años es que se extendiera en Estados Unidos la tenencia personal de armas de fuego y que surgiera un grupo, la Asociación Nacional del Rifle, capaz de comprar senadores y diputados en la cantidad suficiente para hacer imposible que este país pueda promulgar leyes que eviten el derramamiento de sangre. La muerte por arma de fuego de fuego es ya la segunda causa de muerte de los jóvenes, siendo la primera los accidentes.

Antes no era así, antes los americanos no tenían armas de fuego en tan increíble abundancia. Estados Unidos es el principal exportador de armas de fuego. Las armas están en las casas y allí los niños se acostumbran a verlas, cuando no son llevados por sus padres a probarlas y aprender a disparar los domingos. Con ellos acuden a los concursos de tiro y a las ferias de exhibición donde es tan fácil comprar un arma como un helado. Naturalmente, las armas son extraviadas, robadas y dan lugar a un mercado de segunda mano muy abundante.

Cuando yo era un joven sociólogo, traté de averiguar por qué los militares y los policías cometían una mayor cantidad de delitos familiares e incluso mataban a sus mujeres o a sus parientes con mayor frecuencia que el resto de la población. Y al final descubrí lo obvio: los militares, los policías, no son gente más violenta que los demás, simplemente tienen armas a su alcance. Por cierto, España es un importante fabricante y exportador de pistolas.