El pasado sábado, Mariano Rajoy visitó Valencia y se oyeron los reproches por no haber recibido todavía al presidente Ximo Puig. Hace unos meses se escucharon reproches parecidos cuando el ministro Cristóbal Montoro no recibía a la representación empresarial valenciana. No se ha escuchado sin embargo, ningún golpe en la mesa cuando se acaba de inaugurar el AVE Madrid-Palencia-León y no tenemos ni fecha para el AVE que tiene que unir Valencia, Castelló, Tarragona, Barcelona y Port Bou. Ha comenzado el curso y siguen los barracones por falta de dinero mientras el Gobierno central tiene el cuajo, entre otras cosas, de hacernos pagar a los valencianos la multa por falsificación de datos que la Generalitat del PP presentó en su día en Bruselas. Y es que mal que nos pese, el poder de los valencianos es insustancial. Pero reconozcamos que nos lo hemos ganado a pulso desde hace muchos años.

El ejercicio del poder, además de difícil, es incómodo y necesita del trabajo y dedicación de las élites. Dentro de distintas acepciones, se puede definir el poder como la capacidad de hacer cosas o de cambiarlas de acuerdo con una determinada voluntad, bien sea ésta individual o de grupo. Maquiavelo veía el poder como una compleja situación estratégica que más tarde Max Weber observa como una tendencia a integrarse en élites de poder preocupadas básicamente en la defensa de sus propios intereses. Añadir insustancial como predicado nominal o atributo al poder denota su escasa importancia, interés o insignificancia.

En Valencia reina la impostura y el escaso entendimiento de lo que debe ser una compleja situación estratégica como país. Solo se acepta la ortodoxia oficial que viene al dictado de una minoría retrógrada y cavernícola. El papa Francisco en su reciente visita a EE UU denunció con su exquisita formación jesuítica lo mismo que el llaurador de Alboraia Vicent Martí en la presentación de la conferencia de Mónica Oltra en el Hotel Las Arenas. Sin embargo, no se ha oído ningún reproche a su santidad. Y no fueron las formas lo que molestó de Vicent. Fue el contenido que un modesto agricultor usurpaba con valentía a los importantes representantes de la sociedad valenciana que, atónitos, le escuchaban.

Han tenido que pasar veinte años de cómplices silencios en los que hemos visto destruir demasiadas cosas en la Comunitat Valenciana. Sólo una persona, con sus respetables formas que le ha dado el trabajo en la tierra, ha alzado seriamente la voz. Las últimas elecciones dieron un mandato que deberá ser revalidado el próximo 20 de diciembre y que, al día de hoy, una buena parte de la ciudadanía está comprobando cómo se desvanece. Por eso, nuestro poder como valencianos sigue siendo insustancial.