Estas semanas se está celebrando el sínodo ordinario sobre la familia, después de que en octubre de 2014, sobre el mismo tema, se hubiese celebrado uno extraordinario. La cuestión es importante. La familia es la institución que goza de mayor apoyo y prestigio entre los españoles. Conviene acertar.

Podría afirmar, sin equivocarme, que sin familia no hay futuro; y al revés: el futuro pasa por la familia. Su deconstrucción, a la que asistimos desde hace tiempo, no deja títere con cabeza. La desolación, la soledad, tanto de los cónyuges como de los hijos habidos, así lo demuestra. Cualquier niño que se encuentre con sus padres divorciados nos lo podría contar en primera persona. Como en esas películas que proyectan los acontecimientos con la mirada del pequeño que no entiende cómo los mayores se comportan de manera tan desconsiderada. Sencillamente, no logra comprender. Hay que ponerse en la mente infantil para darse cuenta del sufrimiento gratuito que soportan; y, muchas veces, sin que los mayores nos demos cuenta, porque pensamos que no se enteran: nada más equivocado.

Pero a mí, me gusta hablar en positivo. Del magnífico y magnánimo proyecto que supone la familia: padres, hijos, hermanos, abuelos€ Es la vida, no cualquiera, sino la vida lograda. Como todo, exige esfuerzo y un empeño particular. Si, a lo largo de la vida laboral, uno puede cambiar de trabajo o de empresa entre 5 a 10 veces, no ocurre lo mismo con la familia: no hay devolución posible, ni finiquito, ni indemnización. Por eso, el papa Francisco ha avanzado que la familia no es una utopía de adolescentes, sino una realidad que exige esfuerzo, tesón, constancia, paciencia, y tantas virtudes más. Y, al mismo tiempo, vale la pena: es el sueño de Dios para su creatura predilecta.

No se trata de confesionalismo, como, por ejemplo, no es confesionalismo hacer leyes justas. La familia, como decía Chesterton, es un mundo: mucho más grande por dentro que por fuera. Eso lo entendemos todos. Necesitamos amar. Quien quiera pasar la vida libre de dolores, pase la vida entera libre de amores, reza la canción. Amar es estar dispuesto a sufrir por los que uno quiere. Porque Dios no ha creado al ser humano para vivir en la triste soledad, sino para la felicidad, para vivir la extraordinaria experiencia de amar y ser amado, y para ver su amor fecundo en los hijos. Y, a veces, nos empeñamos en autodestruirnos. Necesitamos más calor de hogar y de familia; y menos artilugios.