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Martí

Los compromisos de Oltra

Incluso aceptando que todo el apoyo electoral de Compromís no es valencianista en sentido estricto, con la coalición de la sonrisa el Bloc ha conseguido el mayor poder institucional. Su llegada al Consell y a la alcaldía del Cap i Casal normaliza la transición valenciana tras el acceso al gobierno del único sector político que faltaba, unas veces por errores propios y otras por el listón electoral que bendecía el bipartidismo. Por eso la posible candidatura con Podemos a la elecciones del 20-D altera la genética nacionalista. Máxime cuando por primera vez en su historia no necesita compañía para obtener escaños en Madrid. El pragmatismo no está reñido con los orígenes, piensan la mayoría de dirigentes del Bloc después de una larga travesía por el desierto. Y por si los argumentos fundacionales no fueran suficientes para dar calabazas a los de Pablo Iglesias, la demoscopia y la intuición política indican que se desinflan los círculos morados, mientras Compromís todavía sigue sin techo.

Mónica Oltra hace tiempo que tiene desapego a las siglas, y también a los partidos, que deben durar mientras son útiles para gestionar presupuesto público, como en Borgen, la serie danesa de cabecera en Iniciativa, un partido de cuadros como el de Birgitte Nyborg. La vicepresidenta actualiza desde el poder la noción de hegemonía de Gramsci. Actora principal del cambio valenciano, gracias a su capacidad política ejerce también de lideresa de la parte más activa del Bloc. Vicent Marzà y Fran Ferri son más de Oltra que de Morera, para simplicar.

Su persistencia en concurrir con Podemos pretende dar el sorpasso al PSPV y situarse en inmejorable posición en el caso hipotético que Pedro Sánchez necesite el voto de sus diputados, a cambio de ministerios, o vicepresidencias.

El valencianismo quiere más Compromís y Oltra repetir el Acord del Botànic en Madrid. Dos posiciones legitimas que se esconden bajo discursos frágiles. Ese sería el gran debate, el mismo que se vivió en el primitivo PSPV en 1977 antes del congreso de integración. Con sutiles diferencias. Primero que aquella decisión vino precedida de un amplio debate intelectual entre defensores y contrarios de la fusión; pero sobre todo porque aquel PSPV venía de un gran fracaso electoral. Desde entonces, el valencianismo político focalizó en Alfons Cucó, y los que le siguieron al PSOE, una especie de traición patriótica por caer en brazos de una formación de ámbito estatal. Si algo tiene el nacionalismo es memoria selectiva, así que algunos de aquellos del histórico PSPV que militan en el Bloc están en estado de shock ideológico solo de pensar en revivir 38 años después un proceso similar, justamente ahora que han alcanzado el gobierno de la Generalitat, la Diputación, centenares de ayuntamientos, Congreso de Diputados e incluso el Parlamento Europeo.

El desenlace, cargado de mucho simbolismo, merece un pronunciamiento que supere los tactismos en Compromís, una coalición que no necesita a Podemos para confirmar un espacio propio. La opción mayoritaria del Bloc, contraria al pacto, ganaría el referéndum como muy sabe Oltra, experta en imponer desde la minoría su criterio. Aunque esta vez el tiempo juega en su contra.

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