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La vulgarización

Ya estamos. Ayer se le ocurrió a Albert Rivera, el hombre de moda, decirle a Rajoy y a Sánchez que «no se escondan» de los debates electorales e inmediatamente este último sentenció que está dispuesto a debatir «de todo y con todos». En realidad, el triunfador español de las catalanas lo que ha pr0puesto es uno a cuatro bandas, incluído Pablo Iglesias con el que o se da el pico, o ha formado una pinza para poner al borde de un ataque a los clásicos o salen juntos, pero algo hay. El pepé echó mano de su portavoz parlamentario, el inefable Rafael Hernando, para decir que, aunque no descartan fórmula alguna, prefieren la parejita de toda la vida porque la ley obliga a que participen aquellos que tienen representación parlamentaria „ahí lleva razón el galán„ y ya puedes decir tú misa que, si hay recurso de upeydé por ejemplo, la Junta Electoral te lo mete y, en este caso, supongo que quien iría ya no sería ni Rosa Díez. En fin, que el plan te lo joroban.

Pero es que, si me disculpan, el halo del que se investían aquellas puestas en escena, se halla más bien tocado. Primero porque de líderes andamos justitos y, después, porque los que pretenden serlo viven en los platós. Vamos, pasa un día en el que no sale el dirigente máximo de Podemos en el chisme y llamo al técnico. Que yo sepa, ayer no estuvo, pero se personó Rivera. Da la impresón de que se alternan. Lo cierto es que, cuando llegue el turno del minutaje estricto, no les va a dar tiempo de entrar al trapo ni una décima parte de lo que suelen, lo cual será en parte un alivio para la audiencia que ya se los sabe de memoria. También es verdad que sortear las réplicas de Sardá sólo está al alcance de un redivivo señor Casamajor que lo devolviera a sus cabales. En fin, a este paso, no sería de extrañar que Junta Electoral dé entrada en el gran debate a la Princesa del pueblo.

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