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La vía siciliana

Tengo amigos con hijos treintañeros que aún no se han estrenado en sus respectivas especialidades: cosmógrafos, físicos, abogados o administradores de empresas sin empresas para administrar. El presidente por imperativo legal les aconseja convertirse en emprendedores, la palabra mágica que significa pasar de parado a algo mucho mejor que asalariado „¡empresario!„ tras concebir grandes expectativas: se nota que conocen a su electorado pues, en caso contrario, ya hubieran votado cualquier otra cosa. Decía yo el otro día que de invención andamos bien, qué equivocado estaba Unamuno a quien, con catorce de familia, le hubiera venido bien ser más emprendedor, criar chinchillas o champiñones. Al mejor cocinero que he conocido siempre lo vendían sus jefes de sala.

Ver a esos jóvenes no tan jóvenes arrastrando una indefinida minoría de edad, amparados en la protección familiar, me produce una fuerte melancolía: realizarse puede que sea importante, pero es más necesario tener sueldo y domicilio propio, mucho más que sacarse una licencia de actividad y someterse a una presión multitarea con tal de parecer con suficiente exigencia y productividad. Llegado a este punto había que plantearse el dilema en estos términos: o aplicamos la solución siciliana o la solución que llamaríamos, para entendernos, protestante.

La salida siciliana consiste en quejarse y fingir que todo va bien, la mansión familiar sigue en su sitio y todos los de nuestro apellido somos licenciados y doctores, pero no toques la patata que es para cenar. La solución protestante consiste en el libre (y honesto) examen de posibilidades y talentos, en aceptar trabajos temporales o por debajo de la cualificación teórica, aprender mucho y viajar algo, ahorrar un poco (si es posible) y suspender la aparente lealtad con quienes, de todas las familias, sólo les preocupa la suya (y las eléctricas). Eso para empezar: no es fácil, tal vez debiera callármelo y es muy barato dar consejos desde un empleo. Al final, la vía de más probable elección, aunque en modo alguno fatal, será la siciliana: somos igualitos.

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