Es muy habitual recomendar la lectura. No suele ser tan normal animar al ejercicio de la escritura. Muchas personas argumentan sentirse incapaces de escribir, sin embargo, todos tenemos capacidad para ejercitar este potencial. La escritura debe fomentarse porque promueve el esfuerzo y la constancia. Escribir ordena las ideas, nos ayuda a reducir la ansiedad y mejora nuestra capacidad comunicativa con la gente y por tanto practicamos la empatía. Escribiendo aprendemos a corregir, eliminamos lo superfluo, vamos a la esencia de las cosas y ello nos ayuda a simplificar la vida.

La lucha con las palabras nos lleva a ser más pacientes. Cuando escribimos nos conocemos mejor y crece nuestra autoestima. Exteriorizamos emociones, fantasías, inquietudes, sueños. Algunos psicólogos recomiendan la práctica de la escritura para el autocontrol.

En la enseñanza actual la capacidad de redactar es más importante que nunca. Bombardeamos constantemente a los alumnos con tecnología. Ni ellos ni nosotros podemos digerir la información que recibimos diariamente. Las aulas han sido invadidas por: pizarras digitales, Ipads, portátiles, ordenadores, libros digitales, tablets, proyectores... Sentar al alumno para que reflexione y escriba pacientemente sobre algún tema resulta heroico. Si con motivación lo conseguimos, los resultados nos sorprenderán positivamente. Contrariamente a lo que muchos creen nuestros jóvenes escriben más y leen más que generaciones anteriores pero lo hacen de una forma menos cuidada; mezclando espontaneidad, oralidad y lenguaje escrito.

Nada mejor para hablar del arte de escribir que apoyarse en lo que opinan sobre ello grandes escritores. Paco Umbral decía que escribir era la manera más profunda de leer la vida, con sus luces y sus sombras. Mario Betallín reflexionaba sobre este noble arte diciendo que cuando escribimos dejamos una huella digital de nuestra alma. Preciosa reflexión, al ejercitar la escritura el alma aflora, sus anhelos, sus deseos, las tristezas, las alegrías, los desvelos, las pasiones€

Es habitual convertir el acto de escribir en un viaje nocturno que va produciendo pequeñas luces en la noche. Vicent Andrés Estellés escribía sus poemas con la máquina de escribir a la luz de un humilde flexo. Su hija cuenta que retumbaba toda la casa con el sonido de las teclas. Todos sus escritos los leía su mujer, apoyo fundamental en su existencia. Muchos escritores encontraron la inspiración en musas, en el amor o en el desamor. Los poetas sintetizan sus emociones en espacios limitados, plasman sus sentimientos pero a la vez se preocupan por las inquietudes de los demás. Los poemas destilan sueños sin salida, cambios sin retorno, deseos fugaces, tristezas peregrinas, gritos de libertad, momentos sublimes. Luis Cazorla definía la poesía como la única prueba concreta de la existencia del ser humano.

El oficio de escribir, nos decía García Márquez, se hacía más difícil a medida que más se practicaba. Diecinueve años les costó escribir su gran novela Cien años de soledad. Según el escritor colombiano lo fácil era imaginar las obras y lo complicado escribirlas. Nunca sabemos cuándo llega la inspiración, de repente se enciende una luz y como dice Juan José Millás debes cazar la pieza, con un bolígrafo, con un lápiz o sentándote delante de tu ordenador. Le das vueltas a una idea, la maduras y la vas puliendo.

El escritor suele ser un solidario solitario que cuando culmina su obra pasa a ser patrimonio de los demás. Si escribimos sacaremos lo más profundo que llevamos dentro y nos humanizaremos más.