Cada vez que el cardenal Cañizares abre la boca (¡y que la abra, que todos tenemos que comer!) se arma la de dios: tenemos un arzobispado que parece un arzoavispero. (Hay que reconocerle, sin embargo, que no está solo: hay otras perlas pastoreando otras diócesis, pero el que nos ha tocado nos llega sembrado y soliviantado). Ahora mismo, para el cardenal, los refugiados que huyen del hambre, de las guerras y el miedo «no son trigo limpio»: son una «invasión» y un «caballo de Troya». Ya ven ustedes: la realidad que padecen otros pueblos no le despierta el amor cristiano. Ni siquiera una compasión de andar por casa, sino que le pone en guardia al cruzado: tras todo el sufrimiento humano del que tenemos noticia, el cardenal ve un complot y una amenaza a la identidad europea. Tiene el perlado (sic) una obsesión con la «identidad»: cuando no es la valenciana la que está en peligro por el laicismo y el catalanismo independentista, es la europea la amenazada por las invasiones bárbaras sarracenas.

No sé: a mí me pasa con la identidad como a Hume: que cada vez que entro en mí para buscarla, no me la encuentro. A diferencia del arzobispo, que comete el error de todos los irredentos esencialistas: piensa que la identidad es «algo» que está «ahí» y que nos identifica, en lugar de ser un conjunto de «cosas» con las que nos identificamos. Piensa que si abandonamos el nacional castolicismo (sic) perdemos la identidad; cuando lo cierto es que muchos nos identificamos con el laicismo. Y de la pobreza, ¿qué piensa el purpurado que vive en un palacio y trabaja en una catedral? Pues que no la ve, claro. ¿Cuándo estuvo este hombre bajo un puente?

Conocí a una chica un poco «facha» (y no lo decía yo sino ella, y no sé con qué rigor histórico o político) que, cuando en los primeros ayuntamientos democráticos se comenzaron a rebajar en rampa los bordillos de las aceras para facilitar el tránsito de los cochecitos, los carros de la compra, las sillas de ruedas y del personal renqueante, escribió una carta a Las Provincias criticando al ayuntamiento socialista: aquello era un atentado contra la ciegos. Me he acordado de ella leyendo las declaraciones de Elena Bastidas, vicesecretaria del PPCV, sobre lo acontecido el 9 d´Octubre y criticando a Puig y Ribó porque la barrera de policías que les protegía «impidió a los ciudadanos poder ver la Senyera». Se preguntaba que «qué temían» y afirmaba que aquello era una demostración de que la transparencia del ayuntamiento es «falsa». Lo que dice es metafísicamente insostenible y físicamente imposible. Elena, y no te ofendas y si coloquialmente me lo permites: ¿estás tonta o qué? (Lo retiro).