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Martí

Pelayo, Bombas Gens y la identidad

Cuando los gobernantes sacuden el debate identitario hay que esconder la cartera. Las sociedades democráticas son diversas y plurales, como la nuestra, pese a que se haya alimentado el consenso imposible. Llevar a ley un código sobre buenos y malos valencianos fue una temeridad. Sorprende que Ciudadanos no se haya unido a PSPV, Compromís y Podemos para derogar ese articulado del PP que podía haber redactado el gobierno de Artur Mas. Con la lengua propia se ha jugado demasiado pese al consenso alcanzado con la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL). Algo habrán hecho mal los dirigentes populares cuando los académicos de su entorno más próximo se sienten parte activa de la obra científica de la AVL. Las esencias dan mucho juego. Los catequistas de las identidad se gastaron más de 18 millones de euros en el torneo de tenis en el Ágora mientras asistían al deterioro de Pelayo. Con ese dinero se podría reconstruir la catedral de la pilota veinte veces. Lo que no fue posible para el deporte autóctono servía para pagar la Fórmula 1 de Ecclestone. También se ponían problemas a la compra del edificio de Bombas Gens para fines culturales y sociales. La Fundació Per Amor a l'Art va a poner al frente de su centro de arte a Nuria Enguita, que por méritos tuvo que ganar el concurso público para dirigir el IVAM, pero fue imposible porque el código de buenas conductas estaba en el limbo. Valencia va a contar con un espacio contemporáneo de primer orden muy cerca del IVAM gracias al empresario José Luis Soler; y Pelayo se ha salvado por el empeño del mecenas de la pilota José Luis López. Ambos se unen al espíritu solidario que la familia Roig despliega en la Fundación Trinidad Alonso. Obras más que amores, porque la valencianía moderna se construye labrando lugares comunes.

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