La literatura futurológica goza de buena salud cara al nuevo milenio. Pareciera como si el tránsito del segundo al tercer milenio proporcionara a filósofos, planificadores, sociólogos, moralistas y adivinos la ocasión de oro para amenazar o consolar con más contundencia a la gente que les lee o escucha. Los futurólogos se dividen básicamente en dos especies, unos se dedican al negocio de la predicción individual y venden a sus clientes un anticipo de lo que les va a pasar. Son los fabricantes de horóscopos o de las diversas magias a la que se someten tantos ciudadanos ilustres de la civilización racional. Otros tienen como destinatarios a las colectividades, un país, un sector de la economía o sociedad, algunos se atreven con la humanidad entera.

La mayoría de los futurólogos, incluso los adivinos de bola de cristal, arropan sus análisis con argumentos científicos o ideológicos. La diferencia entre los futurólogos del año mil y los del hoy es que aquellos hacían intervenir en sus presagios a fuerzas sobrenaturales y solían ver el futuro como una lucha entre el bien y el mal. Hoy apenas hay pronosticadores que se atrevan a invocar la ira divina, pero sí se dan casos de profetas laicos especialistas en poner los pelos de punta a las gentes que cruzan las fronteras del milenio y, sobre todo, pesimistas del destino de la especie si no se toman las medidas que ellos aconsejan. Lo que más abunda son extrapoladores de tendencias en los terrenos más variados del comportamiento humano desde la moda a la confrontación violenta.

A pesar del aura carismática que rodea a tantos futurólogos, la profesión no ha tenido grandes éxitos. El futurólogo más importante del establishment americano, Herman Kahn, escribió miles de páginas en los años sesenta sin citar la crisis del petróleo que estaba a la vuelta de la esquina y la caída del imperio ruso cogió a la mayoría de los oteadores profesionales tan desprevenidos como a las gentes más simples. Muchos futurólogos están al servicio de organizaciones políticas, militares y comerciales y, con frecuencia, no ven más futuro que el que les conviene. Claro que las herramientas de la predicción son todavía muy artesanas y algunos profesionales siguen confiando en su intuición o en su buena suerte. De todos es sabido que el presidente Reagan tomaba sus decisiones ayudado por un horoscopero amigo de su mujer. Los futurólogos de hoy ya están haciendo sus pronósticos para el nuevo milenio y los hay de todas clases, optimistas, pesimistas y hasta iluminados. De todas maneras poca gente espera que el año 2016 vaya a ser muy distinto del 2000, ya que pocos ciudadanos de este fin de siglo creen en la magia de los números como sus antepasados del primer milenio.