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Apenas un show televisivo

Mariló Montero, la dicharachera presentadora de televisión española, se levanta ese día imaginativa y con ganas de innovar. Harta de ser la rechifla nacional por sus meteduras de pata, decide organizar un debate político de cara a las próximas elecciones generales. Llama a La Moncloa y pregunta por el presidente: "Mariano, que voy a organizar un debate. Vais a estar tú y Pedro, el guapo, el del PSOE. Y no te preocupes, vais a salir bien monos los dos". Luego toca la llamada a Ferraz, la sede madrileña del PSOE. "Sí, Pedro, vamos a hacer un show maravilloso. Quedareis encantados todos, no te preocupes".

Una vez hecho el primer contacto, es el momento de reunirse con los jefes de gabinete de los dos candidatos. Quedan a mediodía en un bar del centro y, tras pedir unas cañas, la Montero les cuenta sus planes: "Les llevamos a los dos a una peluquería de caballeros y les dejo allí a charlar de sus cosas, en plan coleguillas que discrepan sobre su visión del mundo mientras se cortan el pelo". A los asesores se les ponen los pelos de punta, horrorizados. Pero ella se da cuenta y les calma: "Tranquilos, esto es televisión, puro espectáculo. Vuestros candidatos cuentan lo que quieran largo y tendido y nosotros ya seleccionamos las mejores imágenes. Ellos quedan bien y nosotros nos llevamos los espectadores. Todos ganamos".

Los expertos en esto de la política la miran estupefactos. No saben si echarse a reir o si salir corriendo. Hasta que en un momento dado se cruzan sus miradas y se dan cuenta de que tienen la jugada perfecta: un publirreportaje gratuito de una hora de duración en una cadena de televisión nacional en horario de máxima audiencia en el que vender sus cosas y desbarrar contra los candidatos no invitados al "debate".

Orgullosa del acuerdo alcanzado, Mariló Montero se apresura a anunciarlo en el programa del día siguiente. El escándalo es inmediato. Los otros candidatos arremeten contra la televisión pública por no haberles invitado. Los comentaristas políticos se lanzan a la yugular de Mariló Montero por organizar un debate en el que no se debate, que se emite en diferido y en el que una persona que nadie sabe quién es decide que fragmentos emitir y cuales borrar. Las asociaciones de la prensa tercian en la polémica y reclaman un debate moderado por un auténtico periodista. La prensa del día siguiente reclama transparencia. Las cadenas de televisión rivales preguntan a la gente en la calle: "¿Qué nos quieren ocultar?", sentencian los ciudadanos.

Esta historia es pura ficción. La siguiente es real.

El pasado domingo, día 18 de octubre, Jordi Evole presentó un debate en medio de un bar entre Albert Rivera y Pablo Iglesias. Había sido grabado más de una semana antes, el 9 de octubre. El show emitido duró 75 minutos. La grabación del espectáculo había empezado a las nueve y cuarto de la mañana y acabado a las cuatro de la tarde. Debemos fiarnos de la palabra de Évole de que fue su equipo quien decidió que diálogos emitir sin intervención de los equipos de los dos supuestos contendientes. El propio Évole reconocería posteriormente: "Podríamos haber destrozado a cualquiera de los dos". No lo hicieron. Todo lo contrario. Los comentaristas dijeron que había ganado Rivera, pero ambos quedaron encantados con el programa.

Los tres son modernos y caen bien. Apenas unos pocos dudaron del "debate". La mayoría aplaudió un formato tan "fresco".

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