Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La novela de la vida

Tomé un taxi para llegar a tiempo a la estación del Norte y cuando ya estaba casi allí, reconocí el rostro del conductor. Le pregunté si era quien me había llevado a Picanya y me contestó que sí. Con cierta emoción, pero pocas esperanzas, le pregunté si tenía unas gafas mías de leer que creía haberme dejado allí. Y también me contestó, con una luz peculiar en el rostro, que sí, mientras las sacaba de la guantera y me las devolvía. Se le veía orgulloso de su buen proceder y le di 15 euros de gratificación. Hacía un mes que las había perdido y no pude recuperarlas a través del gremio pese a que di el número de licencia y la matrícula del taxi.

¿Y que hacía yo en Picanya? Pues conferenciar para los alumnos de un curso de profesores de yoga del Servef. Eso sólo lo saben mi familia y amigos, pero comparar mitologías es mi principal actividad intelectual. Y ese día volví a estremecerme con la historia de La Procesión de las Hormigas, tal como la cuenta el mitólogo Heinrich Zimmer (encontré la alquería de Moret llena de hormigas enormes antes de entrar en clase). El rey de los dioses Indra quiere construirse un palacio que sea la admiración de todos y marea al pobre arquitecto con nuevas y mayores exigencias que renueva cada día. Harto el constructor, pide ayuda al dios Visnú que se presenta en forma de niño y anciano para demostrarle al rey la futilidad de todas las cosas: «Cada una de las hormigas que ves en la procesión fue, alguna vez, un Indra».

La historia tiene un epílogo inesperado, no lo revelaré, pero al terminar la clase, por un pequeño error de cálculo faltó poco para que un camión enorme nos arrollara. Y así fue como no perdí, aquel día, mi vida, pero recuperé, muchos días después, mis gafas. A lo mejor todo ocurrió para que las gafas no se quedaran sin dueño, la naturaleza adora la simetría. Por cierto, el taxi me acercaba al tren para Benicarló donde presentaba, en la Penya El Setrill, mi última novela. Nunca se sabe si te va a devorar el tren, la vejez o un tiburón, pero espero que no ocurra cuando solo me queda una capítulo para acabar de leer la novela.

Compartir el artículo

stats