Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El colapso del PP

Se trata de una intersección fatal. La emergencia de nuevos partidos políticos necesitados de exposición diaria junto a la parálisis del establishment nos lleva a un estado permanente de politización cotidiana. Desde la agonía del franquismo no se vivía nada igual, y hasta las campañas electorales que en los últimos tiempos se habían autolimitado tienden ahora a expandirse sin fin. No hemos parado desde la primavera pasada mientras la inestabilidad catalana amenaza con prolongar la neurosis electoral más allá de las navidades. Los programas de debate político convertidos en prime time televisivo y la floración demoscópica ponen la salsa al festín de esta continua politeia.

En el escenario valenciano también se vive una excitación inusual. Se comprende que más de dos décadas de gobierno monocolor del Partido Popular produzcan en su final un colosal shock administrativo. Como la derrota fue previsible, también ocurrió lo mismo con los presupuestos. En general se gastó en un trimestre lo presupuestado para todo el año, una práctica habitual que habría de legislarse para no provocar situaciones tan anómalas. Los nuevos inquilinos de las instituciones públicas valencianas están verdes, es cierto, pero tampoco pueden contar con recursos hasta el próximo mes de enero para poner en práctica algún milagro en la gestión. A falta de pan, se sobreactúa en la retórica política y se culpa de todos los males a la herencia recibida con una inasumible falta de liquidez.

Puede que la situación genere un cierto sentimiento de culpa en el seno del PP valenciano, hasta el punto de haberse disuelto en la práctica como partido al que corresponde ahora la fiscalización del nuevo Gobierno. Más de cien días después de su estrepitosa derrota electoral, los populares no levantan cabeza ni se les espera: un par de requiebros de Isabel Bonig, un disparo al aire de Juan Carlos Moragues y para de contar. La izquierda pasea en lancha. El presidente Ximo Puig se desayuna tan pancho la primera sesión de control y Mónica Oltra se basta sola para formular el argumentario ante la opinión pública, modulándolo hacia la necesaria moderación.

De Madrid no llegan buenas noticias. Mariano Rajoy sigue fiel a su estrategia quietista, más por refracción a la escenografía mediática que por conservadurismo. Su política de comunicación ha sido deficiente desde el primer día, así que lleva camino de perder unas elecciones que la lógica le darían siempre como ganador: será el primer presidente español que no gana desde el poder una segunda legislatura, y tras haber revertido la penosa situación económica del país con el favor de los principales líderes europeos. Acogerse al argumento de ser el partido más votado resulta un pataleo banal, pues nuestro sistema político se basa en el juego de las mayorías que se conforman en el parlamento. Todo lo demás es marear la perdiz e incitar a la desconfianza democrática.

El gatillazo andaluz, la insurrección madrileña, el desastre catalán y la crisis abierta ahora en el País Vasco, representan la antesala de una verdad más que anunciada. El PP perderá su mayoría absoluta sin remisión y tiene muy difícil pactar con nadie más para mantener el Gobierno español. Con Albert Rivera, el presidente Rajoy no tiene empatía generacional, y tampoco lo vemos capaz de tomarse un receso en una cafetería televisiva para ganarse el nuevo voto freak y juvenil. La suerte para el PP parece echada.

La procesión va por dentro. José María Aznar habla desde su posición de jarrón manchú, aunque envía algún peón a zaherir intelectualmente al sagaz gallego: el último artículo „«La derecha, las derechas»„ de Gabriel Elorriaga en El País era lapidario. Tras citar los valores liberales de Hayek, culmina escribiendo: «Como sentenció un gran publicista, las campañas se ganan cuando se dispone de un buen producto, organización y estrategia de comunicación, ´exactamente por ese orden´. En ese sentido, cuando las derechas han sabido integrar de manera sólida y coherente en una única oferta esos rasgos principales, la sociedad les ha otorgado su plena confianza. Cuando los acentos agudizan las diferencias y se percibe la división, la izquierda toma el mando».

Con publicistas, de hecho, solo cuenta Cristina Cifuentes, a quien asesora el mediático Risto Mejide. Los demás tiran de empresas más cercanas en lo ideológico que atrevidas en lo comunicacional. Alberto Núñez Feijóo va por libre mientras Soraya Sáenz de Santamaría lo intenta yendo a programas de entretenimiento. Alfonso Alonso, Pablo Casado, Borja Sémper, los hermanos Nadal? velan armas, y Andrea Levy se bate en el matadero de La sexta noche. Lo que queda son los amigos de Mariano: Montoro en su particular Fort Knox y el matrimonio Cospedal agotando sus últimos días en Saigón.

¿Y en Valencia? Como casi siempre, sin fuelle y sin alternativa propia. Tras la triste pero honrosa despedida de Alberto Fabra y la liquidación del fabrismo, el cordón umbilical de la organización volvió adonde solía. Con José Manuel García Margallo lejos de la costa mediterránea de Xàbia y Esteban González Pons disfrutando por fin en Bruselas, Rajoy confía en su amiga de siempre, Rita Barberá, y ha seguido sus directrices. Con esa urdimbre se ha reconstruido el orden popular basado en la hegemonía de la organización de Valencia en alianza con el antizaplanismo alicantino que trata de aglutinar José Ciscar y con Castellón en otra galaxia. Y a esperar. ¿A que alguien se caiga del guindo? ¿Aplazando sine die el ortodoxo congreso regional?

Con tales alforjas es imposible emprender la larga travesía. Nadie sabe hacia dónde dar el primer paso. Tanto si Rajoy no puede formar gobierno como si ha de jubilarse por imperativo de una supuesta negociación con Ciudadanos, el PP entrará en ebullición y la organización valenciana se colapsará. Con un añadido, que tanto los flancos del electorado popular como los poderes empresariales „y periodísticos„ ya se han dejado seducir por Rivera, el nuevo Lanzarote del Lago del centrismo nacional y liberal. Puede dejar al PP en el hueso.

Compartir el artículo

stats