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El debate danés

Depende de cuándo y cómo somos más o menos europeos. Viendo la tele esta semana, por ejemplo, hay quien anda con el sentimiento común bruselense subido. Cuenta con entusiasmo el Telediario de La 1 la reunión del Partido Popular Europeo en Madrid, un evento que coge cuerpo y titulares preelectorales cuando Angela Merkel ensalza al presidente Rajoy, alabando taurinamente que haya cogido el toro por los cuernos. Siguiendo en clave torera, el candidato Mariano abandona el dontancredismo comunicativo habitual y mañana volverá a TVE para contestar en directo a Ana Blanco y lidiar en diferido con las preguntas ya grabadas de doce ciudadanos. Sorpresas, las justas.

A falta de recuperar el Tengo una pregunta para usted en directo, pues algo es algo. Pero el plato fuerte serán los debates electorales, un elemento clave desde Kennedy que en España los partidos siempre se tiran a la cabeza. Y después de lo de Salvados, con más razón. El programa de Jordi Évole se superó a sí mismo convocando a más de 25% de la audiencia en el cara a entre Albert Rivera y Pablo Iglesias. 5 millones de personas siguiendo un debate atípico y sin corsés desmienten que la audiencia solo pida carne y circo. Los dos jóvenes candidatos de la nueva política incluso discutieron del modelo danés, tratándose con cortesía, coincidiendo a menudo y reconociendo que después del cafelito ya volvería la campaña y la pulla mitinera. Nada que ver con los debates fundacionales de González y Aznar, ahondando en el modelo español y no danés, odiándose en la distancia corta.

La tregua de Salvados ya acabó: el líder de Ciudadanos va tan lanzado que pide debates con PP y PSOE mientras el de Podemos le echa en cara que se preocupa demasiado de salir en televisión. Tal vez Iglesias ya se ha recuperado del cansancio mostrado frente a un Rivera más fresco e incisivo. En todo caso, la jugada mediática fue sobresaliente y deberían estar más preocupados los que no se sentaron a la mesa del bar. Al acabar la emisión Pablo Casado, quién si no, sonríe a Ana Pastor disimulando su anhelo incumplido de haber jugado el partido y no tener que limitarse a comentar las mejores jugadas.

UN RETO. Las reglas electorales obligan a las cadenas públicas a repartir los tiempos y emitir básicamente propaganda. Un traje cómodo para la vieja política pero que mata el interés. La campaña será un nuevo reto para una TVE en horas bajas de credibilidad política y para las privadas. También para los partidos mayoritarios hasta hoy, exigidos por los nuevos tiempos y los nuevos rivales. Veremos si hay debates de verdad televisados o nos conformamos con los del bar.

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