Lo mejor, siempre que se pueda, es decir directamente lo que uno quiere decir. A veces, sin embargo, nos apetece dar un rodeo: son las analogías. El problema con las analogías es que no siempre iluminan; en ocasiones oscurecen y desvirtúan tanto lo que decimos como lo que queríamos decir. Esta semana pasada, por ejemplo, la patronal valenciana le reprochaba al Gobierno que el corredor mediterráneo fuera un «carril bici». Se trata de una analogía desacertada; lo que la patronal quiso decir es que el corredor (inacabado e insuficiente) es una mierda: y una mierda no es un carril bici, porque estos son positivos y buenos; incluso le alabo a la patronal la sugerencia de construir también un carril bici que recorra la costa. ¿Y qué decir de la analogía establecida por Bonig entre subvencionar a Acció Cultural del País Valencià y hacerlo con una entidad neonazi? Pues que es, por un lado, estúpida y, por otro lado, iluminadora. No voy a explicar por qué es estúpida: sería una estupidez. Bastará afirmar que ACPV (como colectivo e individualmente muchos de sus miembros) ha hecho por la cultura de este país tanto (y más) como lo que el PP en general y Bonig en particular han deshecho o dejado de hacer, que es mucho. La analogía, además, ilumina la figura de la presidenta del PPCV y los interiores o rincones de su personalidad: esta mujer no dice más que disparates.

Y ya que estamos con esto, con lo del más reciente «siempre», ¿qué decir de esa otra lumbrera, digo del presidente del grupo popular, Jorge Bellver, acusando a diestro y siniestro (más lo último) de «traidores a los valencianos y a su tierra» a los derogantes del Observatorio marciano de las Señas de Identidad, versión desvaríos e inquisiciones varias? A pesar de lo que hemos hablado, ¡tenemos tanto que callar! (Me voy al IVAM, a ver si reflexiono con algún provecho sobre las propuestas de Gillian Wearing acerca de la identidad.)

Hay tradiciones muy antiguas que deberíamos cambiar. En democracia, por ejemplo, la tradición de colgar placas conmemorativas en los edificios y obras públicas con el nombre de los gobernantes de turno no tiene demasiado sentido (o sí, pero discutible). Puesto que los que detentan el poder ni construyen las obras ni las pagan, mejor sería no poner placa o dedicar el mármol a la memoria de los nacidos y fallecidos en la fecha, por orden de aparición o desaparición. Ahora, nos evitaríamos tener que retirar esquelas inaugurales del tipo: «Este piso se compró durante el mandato del conseller corrupto X, con el dinero destinado y sustraído a un hospital en Nicaragua».