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Despedidas y hallazgos

El vuelo del calendario, una comprueba la creciente frecuencia de las despedidas. Me duelen especialmente las de aquellas personas de quienes aprendí. Y no poco fue lo que me enseñó, sin pretenderlo, Carlos Bousoño, el poeta, profesor, filólogo y académico, fallecido hace unos días. Digo «sin pretenderlo» porque nunca fui oficialmente su alumna. Pero, en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid donde yo cursaba otra especialidad, me escapaba de algunas clases aburridas para entrar en las suyas, que ahora poetas como Luisa Castro han calificado de «inolvidables». Lo han sido para mí, y decisivas. Su magisterio luminoso me hizo conocer y estimar, no solo a Vicente Aleixandre „su referente máximo„ sino a tantos otros autores contemporáneos. En esencia, me transmitió el gusto por la creación poética, un equipaje íntimo que no he abandonado desde entonces. Andando el tiempo pude saludarle en la concesión de los Premios Loewe, de cuyo jurado él formaba parte, pero timidez y respeto ante quien era ya anciano, me impidieron agradecer lo que sus enseñanzas significaron para aquella chica que se colaba en su aula como polizón sin billete. Nuestro grandísimo poeta Paco Brines (al que Bousoño dedicó un profundo estudio, encabezando el libro Ensayos de una despedida, en 1974) ha escrito ahora, conmovido sobre «las emociones hondas que Bousoño nos ha regalado». Con dos versos de Brines precisamente quiero dar mi adiós al profesor que sabía alumbrar en los jóvenes la llama inextinguible de la poesía: «No lo llamemos muerte / sino secreto fiel».

Y como la vida nunca deja de abrirnos puertas, nos ofrece desde hoy el encuentro con una obra artística de la que justamente se ha señalado su acento poético. Ana Serratosa, en su galería-ático de Pascual y Genís recupera a un excelente pintor valenciano que residió en Madrid, no muy presente en nuestra ciudad, aunque sí estuvo en el IVAM y algunas salas hace tiempo: Fernando Almela. Muerto en 2009, aparece Almela, según el crítico Daniel Verdú, como el autor que rescata «el gusto por los objetos cotidianos: paisajes desde su ventana, cacharros de cocina, plantas del jardín», con un estilo que le aproxima a Giorgio Morandi en el acercamiento «al misterio inefable que es la mera existencia de las cosas». La hermosa serie de bodegones „muy singulares„ recogida en la exposición pone de relieve una personalísima mirada en derredor, empezando por lo más cercano: «la naturaleza y los objetos que nos rodean valorando el paso del tiempo y de la belleza que en él late; en definitiva, el misterio de la vida y ese tiempo en el que todo, incluidos nosotros mismos, nos acabaremos disolviendo». Las pinturas y algunas piezas escultóricas de Fernando Almela se reúnen hasta mediado de diciembre en esta exposición que testimonia la sutil maestría del artista valenciano, que pervive en sus obras. Podríamos repetir las palabras de Brines: «No lo llamemos muerte / sino secreto fiel».

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