Las economías modernas pueden encontrar su equilibrio en situaciones de desempleo grave y continuado como ocurre en España. En esas circunstancias, empresas e individuos ahorran lo que empleaban en ampliar sus negocios o mejorar sus vidas. Ahorrar las ganancias que deberían gastarse en mejorar las empresas o la vida de los individuos acaba reduciendo la inversión, las ganancias y rentas y finalmente el empleo. Es el equilibrio del subempleo.

Y ahí estamos, con un empresariado temeroso y una masa laboral dividida en dos sectores. Uno de dieciocho millones que trabajan, ganan un salario y pueden comprar cosas. Y otro de cinco millones que sobreviven a cuenta de sus familias, los pensionistas o las ONGs, sin empleo ni futuro, por su edad o escasa formación apartados para siempre de una vida laboral. Curriculum va, curriculum viene y el silencio como respuesta.

Pero aquí no pasa nada, porque 18 millones con posibilidades de gasto dan para mucho y lo vemos en un puente laboral que permite viajar. Con todos los vuelos, cruceros, trenes o autobuses saturadas, atascos de carreteras y hoteles a tope, como un país boyante y sin paro, acaparando las liquidaciones o durmiendo a la serena ante un concierto multitudinario. A los otros ni se les ve. Están en casa o en los desiertos jardines públicos. Así es la nueva sociedad clasista e insolidaria en la que unos viven y otros sobreviven gracias a una limosna mensual del paro o las ONGs, sin que nadie reaccione, habituados a una situación en la que cada cual va a la suya.

Y es que la solución a esta gravísima situación se ha dejado exclusivamente en manos del poder, bien político, empresarial o económico, sin que nadie ofrezca alternativas. La oposición política va a lo de siempre del «y tu más» y los sindicatos a la pancarta, la tamborrada y las declaraciones, cuando debían organizar jornadas, encuentros y cursos internacionales con especialistas de otros países, buscando alternativas a un problema que es la principal preocupación para el 78 % de los españoles. Cuando hace falta que la sociedad entera se movilice para atajar esta sangría, aquí solo se oyen críticas sin propuestas ni ideas.

Pero las apariencias engañan. Un país que deja en la cuneta a la quinta parte de su masa productiva fracasa ruidosamente. Y lo paga importando los productos que podía fabricar en casa. Importar es que nos arrebaten empleo los de fuera para fabricar lo que usamos aquí, como exportar es arrebatar empleo fuera y crearlo aquí. Así de sencillo.

Las primeras líneas de este artículo no son mías. Eran de John Kenneth Galbraith hace cincuenta años en «La era de la incertidumbre». Algo que parecía una situación teórica que nunca ocurriría. Pues en ello estamos en España. La EPA, que unas veces sube y otras vuelve a bajar, refleja un 22 % de desempleo, porque la solución por desgracia no se ha encontrado digan lo que digan. Y es que „entre otras cosas„ el peso del precio de la energía destroza a las empresas en su competitividad exterior, porque es un gran error primar a un sector productivo como a un privilegiado, cuando pesa sobre todas las demás para las que es imprescindible. Ya se darán cuenta los gobernantes arreglando las tarifas energéticas o lo pagaremos todos, porque lo de esas dos Españas así no tiene solución y como decían las alegres golondrinas: «Pero aquellos que perdieron sus empleos. Esos ya no volverán».